Capítulo 14

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Había sido difícil salir de la casa de Victoria esa mañana, pero ella tenía razón, el deber los aclamaba. El hecho de que tuvieran planes matutinos fue probablemente un regalo del cielo. Había muchas posibilidades de que no hubieran salido de la cama si no tuvieran que laborar. Ya hasta parecían dos adolescentes ¿enamorados?

Los años podrían haberlos ralentizado físicamente, pero no habían amortiguado sus deseos de hombre y mujer. Victoria por lo general era una persona modesta y serena, pero que en la cama esos adjetivos los transformaba en ardiente y hasta bravía.

Ella no podía sacarlo de su mente, especialmente imágenes de su forma desnuda sobre sí, meciéndose de placer.

Por su parte él se había resistido a la necesidad de unirse a ella en la ducha. Había doblado cuidadosamente la camisa que ella había reclamado y la había colocado en el extremo de la cama. En una decisión de momento, también dejó una nota corta encima de la tela blanca.

"Pensaré en ti. Hasta más tarde."

Leopoldo.

Leopoldo no pudo evitar sonreír durante todo el camino de regreso a casa.

Sabía que estaba actuando como un adolescente enfermo de amor, pero eso no suponía un problema. Había pasado un año miserable y solo, tirando todo a su trabajo en lugar de vivir. Victoria Santiesteban lo hacía creer nuevamente en la felicidad que se le fue arrebatada de las manos sin pizca de misericordia, y se aferraría a esa felicidad mientras estuviera disponible.

Cada momento vivido con Victoria, sea como fuere, valdría la pena.

Cuando llegó a su casa, Leopoldo se metió inmediatamente en la ducha. Luchó por evitar que su mente deambulara, sabiendo que había dejado atrás a una Victoria casi desnuda. De alguna manera se las arregló para comportarse y se puso la ropa adecuada de trabajar: una camisa blanca y unos pantalones. Esperaba que a ella le gustara.

Agarró sus notas de clase y las revisó un puñado de veces, refrescando su memoria. Centrándose en su investigación, no era consciente de que alguien se había colado en su habitación.

Sonrió y dejó de lado lo que estaba haciendo para saludar como era debido a su hija.

-¿Cómo está la mujer más importante de mi vida? – también solicitando en sus pensamientos a Sofía; su hija mayor.

Ana le sonrió disuadida.

-¿Sigo siendo la mujer más importante de tu vida?

Leopoldo se retiró los lentes como si así pudiera comprender mejor la pregunta de la joven.

La invitó a sentarse en su piernas a lo que Ana correspondió remordida por lo que había dicho. Pero no lo pensó, simplemente dejó que su corazón hablara.

Le rodeó el cuello a su padre. Se fundieron en un caluroso abrazo que habló más que mil palabras. Para cuando se separaron, Leopoldo le besó la frente y mirándola directamente a los ojos le afirmó:

-Te amo y mi mayor orgullo es ser tu padre. Puede que te suene algo cursi... – utilizando palabras del vocabulario adolescente – lo que te diré a continuación pero, es necesario que sepas que tú eres la luz de mis días, mi gran felicidad, mi mayor alegría. Gracias por existir.

La niña sonrió y desvió la mirada pues se había emocionado. Agachó la cabeza y comenzó a jugar con sus manos.

-¿Ella te quiere más de lo que te quiso mamá?

El aludido suspiró.

-Ana, mi tesoro, mírame – le pidió a la vez que le alzaba el mentón con su mano – Cada amor es distinto, y cada uno fluye y se transforma. El amor que creemos conocer ya no será, porque tampoco nosotros seremos los mismos al volver amar.

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora