La cirugía de Victoria había sido un éxito y después de unos días de recuperación en el hospital, Leopoldo pudo llevársela a casa. Por más que ella insistió en ir a su casa, él se sentía más seguro teniéndola cerca. Además, esa recaída era mutua y ya bien dicen por ahí que los tragos compartidos saben menos amargos.Con Ana más rebelde de lo normal todo se complicó. Aprovechaba la mínima oportunidad para discutir con su padre que ya bastante tenía con todo lo acaecido para, además, también tener que lidiar con esa nueva postura de su hija menor.
Quería creer que todo se debía a los nuevos cambios que estaban revolucionando sus vidas. Por una parte entendía que no era nada fácil asumir que, de la noche a la mañana, de ser una familia de tres, pasaran a ser solamente dos que ahora nuevamente volvían a ser tres, casi cuatro, pero que por infortunios de la vida no pudo ser. Hasta él a veces se sentía abrumado y con ganas abrir un hoyo en la tierra y esconderse.
Victoria, por otro lado, estaba triste y a veces también de mal humor. Pero nadie mejor que Leopoldo para saber que ese tipo de cirugía afectaba psicológicamente a una mujer. Además, todo el drama con su mamá tras enterarse de su relación y además de esa forma... todo surgió al mismo tiempo. Victoria no quería discutir nada de eso y se negaba cada vez que Leopoldo le proponía que hablara de sus sentimientos.
Principalmente se acostó en la cama y vio la televisión, sin querer levantarse ni hacer mucho de nada.
Maya se había mudado temporalmente a la casa para ayudar a cuidar a Leopoldo cuando sus habilidades culinarias comenzaron y terminaron con un microondas.
-No podemos seguir dándole a Ana burritos en el microondas, a pesar de que los ama – dijo Maya riendo.
-Entonces, ¿qué vas a hacer esta noche? – preguntó Leopoldo, bebiendo su vino en el mesón de la cocina.
-Tosta de Salmón con guacamole – contestó a su interrogante desde el mostrador, mientras trituraba a mano dos cebollas moradas.
-Oh...
-Sí, Inés me confesó ese secreto.
Leopoldo miró a Maya para ver a la mujer sonriendo.
-Pensé que te vendría bien algo de tu platillo favorito.
El hombre sintió un bulto en la garganta. Una de las razones por las que le gustaba tanto el plato fue que le recordaba a su juventud, a sentarse alrededor de la mesa con su madre.
Leopoldo tragó y finalmente recuperó su capacidad para hablar.
-Eso es muy amable de tu parte, Maya.
-Lo hago con mucho gusto.
-Gracias.
Leopoldo se puso nostálgico y quizás un poco más de lo normal pues ya el vino comenzaba a surtir efecto.
La habitación estaba sombría, fría y completamente oscura. Estaba tranquilo y sombrío allí y sintió un escalofrío cuando la oscuridad la envolvió. Era la oscuridad más penetrante de la historia; no era simplemente la oscuridad que surgía de la ausencia de luz, era mucho más que eso. Era la oscuridad del alma.
Sigilosamente Ana encendió la linterna del celular y allí la encontró, teniendo una charla muda con su pena a través de las lágrimas.
Victoria no había querido instalarse en la misma habitación que Leopoldo y para no disgustarla más, lo que a veces hacía era que se colaba en su cama durante la madrugada y se iba bien temprano en la mañana. Ella sí lo sentía y le agradecía por ello aunque no dijese nada. Pero esta vez no se trataba de Leopoldo, si no de Ana.
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El vendedor de sueños
ФанфикVictoria Santiesteban, directora general de una preparatoria en Ciudad México con especialización en la asignatura de literatura. Trae consigo una valija llena de proyectos y buenas intenciones, pero también de dolor y pesares. Para Leopoldo Fernán...