Capítulo 9

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Tecleaba como una loca y le dió un gran sorbo a su taza de café. Necesitaba acabar el trabajo lo antes posible y así saldría más
temprano. Desvió la mirada de la
pantalla ante el sonido del teléfono fijo.

-Buenos días, le atiende Victoria Santiesteban, ¿en qué puedo ayudarle?

-Hola, señora Santiesteban – dijo una voz ronca tras la línea –. ¿Le importaría venir a mi despacho?

-Enseguida voy.

Con una sonrisa tonta dejó su silla
y ahora con sus cómodos zapatos
elegantes y sin tacón, abrió la puerta del despacho. Leopoldo la
miró con una sonrisa ladeada, muy típica de él.

-¿Ocurre algo? – preguntó ella tras cerrar la puerta.

Leopoldo se llevó la mano al mentón y se echó para atrás, indicándole con la mirada que se acercara.

-¿Cenamos esta noche?

Victoria se acomodó en su regazo y pasó sus brazos por encima de sus amplios hombros. Le besó castamente y siguió embelesada por su mirada verdosa.

-Está bien, mi amor.

Ella sonrió sobre sus labios y suspiró de manera soñadora. ¿Cómo se podía encontrar tanta felicidad en una sola persona?

Leopoldo metió la mano bajo su falda y de manera tentadora se detuvo en el borde de su entrepierna. Sus ojos buscaron los
de ella, quien percibió el deseo en ellos. Victoria se inclinó y profundizó el beso, deleitándose de su picante sabor y mordiendo su labio inferior.

Leopoldo pasó sus dedos por encima de la tela de su bragas y las hizo a un lado, dónde dos dedos recorrieron sus pliegues húmedos.

-Adoro lo mojada que estás –
murmuró sobre su boca – quiero
hundirme en ti y azotarte ese delicioso trasero hasta que se ponga rojo, y después te corras conmigo dentro de ti, tanto como nos gusta.

Ella tragó saliva ante el tono que
utilizó. Leopoldo la ayudó a ponerse de pie y le alzó la falda, luego su pecho acabó apoyado sobre el escritorio. Se agarró a la esquina de la madera cuando él le rompió las bragas de un tirón y comenzó a masturbarla, llevando un ritmo que la hacía gemir y temblar bajo su tacto.

-¿Le gusta, señora Santiesteban?

Ella jadeo en respuesta.

-Quiero escucharla – Victoria se mordió los labios y se humedeció más al escuchar el tono formal que usó para con ella –. No me gusta cuando no me contestan, lo sabe muy bien.

Escuchó como se bajó el cierre del pantalón del traje y su punta gruesa y húmeda, se paseó desde su trasero hasta sus labios mayores.

Echó su cuerpo para atrás, en
busca de su liberación y la única
forma es que él entrara y la penetrara al ritmo que le gustaba.

Le dio un azote en los glúteos.

-Dígame que quiera, señora
Santiesteban, yo le daré todo lo que desea.

Jadeo ante el siguiente azote, ardía, y a ella le gustaba la sensación. La agarró por el pelo y levantó su rostro del escritorio, sus miradas conectaron y con tan solo eso podrían correrse.

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora