Manifiesta decoración femenil. Se dio cuenta Leopoldo al ingresar a la oficina de dirección general. Era un atavío con gracia de líneas claras. Donde se combinaba la belleza y la funcionalidad de la estancia. Mantenía la moderación en detalle. Era un espacio de zonificación flexible. Algo que captó su atención fue el escritorio. Éste no era de madera maciza como generalmente se habituaba, sino que era de vidrio. "Digna oficina de una líder mujer." El pensamiento le causó simpatía y sonrió.Allí apreció a la directora con la que había canjeado una breve plática apenas unos minutos atrás y a su hija. Esta última traía un semblante lacrimoso a la par de disgustado. Ambas sentadas en una poltrona de forma individual. En aristas divergentes.
"¿Qué habría ocurrido?", se cuestionó Leopoldo cuando Victoria lo invitó a tomar asiento. Justo al lado de Ana. Por lo general su hija no era una estudiante de andar componiendo indisciplinas. Algo severo debió haber sucedido.
Padre e hija intercambiaron una mirada. Por un momento la niña se sintió avergonzada. Ella conocía cuán profesional y recto era su padre, no le agradaba que precisamente, su hija, fuera partícipe de una desobediencia. Como a cualquier otro padre común...
Fue la directora quien comenzó con el interrogatorio:
-¿Qué fue lo que sucedió con su compañera, señorita Fernández? Luego estaré hablando con ella.
Con lágrimas en los ojos e insondable dolor en el corazón. Ana le explicó a la directora el motivo del encuentro entre su compañera de salón y ella. Reveló que la profesora de física les había propuesto platicar en cierta medida de sus vidas personales con la sana finalidad de que se conocieran más entre ellos. Crear cierto vínculo. Le preguntó por sus padres y, al ella descubrir que su madre había fallecido hacía poco más de un año, su compañera se comenzó a burlar de su supuesto desamparo. Pues, aún tenía a su papá que la amaba con todo su ser.
-¡Con mi mamá nadie se mete! – gritó vuelta un mar de lágrimas y salió de allí tan pronto como le permitieron sus pies. Con la mirada angustiada de su padre quemándole la nuca.
-Ana... – escasamente balbuceó Leopoldo.
-Déjela – le pidió Victoria. Como buena directora sabía escuchar, entender y responder a las necesidades de su comunidad educativa.
Leopoldo se refregó sobre la silla, quedando esta vez frente a la mujer. Victoria no pasó desapercibido el sentimiento de pena que se apuntaba en sus pupilas.
-Perdone usted a la estudiante Fernández, señora directora. Hablaré con ella y le aseguro que esto no volverá a repetirse.
La aludida negó.
Por un momento se situó en su peldaño de padre. Puesto que interpretaba que Leopoldo era profesor de su colegio, y al igual que ella, debía formalizar ciertas reglas impuestas por el ministro de educación superior. Pero ante todo era padre y lo que había sucedido con Ana era bastante considerable. Tal vez ella ante una situación similar hubiese mantenido una reacción sinónima...contando con que tuviese catorce años...
-Soy yo la que le debe unas disculpas a usted, a su hija y a la memoria de su mujer. Esto que tuvo lugar hoy no se volverá a repetir. Se lo aseguro.
Leopoldo asintió.
-No se preocupe. Son adolescentes y hay que saber sobrellevarlos.
-En eso estoy de acuerdo con usted – coincidió Victoria – Aún así hay que educarlos y habituarlos a que hay asuntos delicados con los que no se debe jugar – suspiró y se puso en pie – Ahora vaya a hablar con la señorita Fernández. No debe sentirse nada bien.
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El vendedor de sueños
FanfictionVictoria Santiesteban, directora general de una preparatoria en Ciudad México con especialización en la asignatura de literatura. Trae consigo una valija llena de proyectos y buenas intenciones, pero también de dolor y pesares. Para Leopoldo Fernán...