Capítulo 5

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Catorce años meditando la mejor manera de abordar el tema de su segunda familia con Ana. Catorce jodidos años y aún no hallaba las palabras adecuadas. Quería, antes de morir, ver a sus dos razones de vivir compartir una charla, una risa, o algo tan franco y natural como un abrazo. Tragó saliva densamente y se inclinó por la frase más simple.

-Una ex compañera de trabajo.

Una sensación se removía y surgía en el pecho de Leopoldo. Su corazón titubeó. No le era cómodo negar a su propia hija. Le dolía.

-Una ex compañera de trabajo... – vaciló Ana – Está bien. Te creo. No tendrías por qué mentirme, ¿cierto?

El cargo de conciencia emanó de él como bocanadas de humo que buscaban asfixiarlo.

-No...no tendría por qué mentirte.

Ana asintió.

Leopoldo rompió el contacto de sus miradas y siguió manejando. En su rostro se paseaban un sinfín de sensaciones que no serían difíciles de leer cuál libro abierto.

Y sin decirle más, la niña se inclinó sobre el asiento, dio un suave beso en su mejilla.






Sofía miraba con el ceño fruncido el interior de la taza de café. Pensaba en la plática que había tenido con su padre hacía unos días. Le marcó una vez más, pero al igual que los intentos anteriores, fue un revés.

"Estará ocupado"

Su madre, que entró en ese momento al comedor, la miró con algo parecido al entendimiento.

Tomó asiento a su lado.

-El que mucho piensa, mucho lo complica.

Sofía no contestó. Se dedicó a mirar a un punto detrás de ella.

Elsa era una mujer  pequeña, entrada en la cincuentena y algo subida de peso, pero con los mismos ojos verde oliva y apagados de Sofía. Se conservaba muy bien a pesar de los sinsabores que le había deparado la vida.

Sofía compuso sus emociones y su semblante, aunque aún le retumbaba el corazón como un tambor.

-Intentaba comunicarme con mi padre – la voz le salió con un suspiro.

-No me debes explicaciones, mi amor.

-Pero es que necesito hablar con alguien – suspiró hondo – Estoy así por mi hermana. Creo que Ana está ante un caso de depresión adolescente – hizo un gesto con la mano como si no quisiera pensar en ello  – Su comportamiento en este último tiempo eso me indica. Estado de ánimo bajo. Hace unos días se desmayó. Tuvo una hipoglucemia. Primera señal de que no se está alimentando bien.

Elsa sintió su corazón encogerse de pena.

-¿Y Leopoldo que opina de todo esto?

-Mi padre está resistente al asunto. No quiere que mi hermana vaya a donde un psicólogo...como si eso fuera un delito.

-¿Y estás segura de lo que dices? La depresión no es cosa de juego.

-Por favor, mamá, me ofendes. No olvides que yo soy psicóloga.

Elsa soltó un risita y se levantó rumbo a la cocina:

-¿Y no has hablado al respecto con tu padre?

-No. Primero estoy aplicando la psicología en él. A ver si acaba de entender que llevando a Ana, donde un psicólogo, no está cometiendo ninguna infracción.

Elsa exhaló.

-Ya sabes que Leopoldo es un hueso duro de roer – realizó una pausa – Y nadie cambia a nadie salvo a sí mismo.

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora