Capítulo 10

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Hay amores que son como una marca a fuego
Esos amores que nos quitan hasta el sueño
Amor de amores, que hacen perder la cabeza
De par en par nos abren sentimientos
Nos dan felicidad ante el sufrimiento
Amores que despiertan la pasión de un beso...

En cuanto llegaron a la puerta de urgencias, el chofer salió a toda prisa y ayudó sacar a Victoria del coche. Una camilla apareció como por arte de magia y Leopoldo la colocó sobre ella.

-Tiene mucha fiebre.

-Tranquilícese, señor. Enseguida la verá un médico. – dijo el celador empujando la camilla.

-Ella esta mañana estaba bien. No entiendo qué pudo haber pasado en unas pocas horas.

Victoria abrió los ojos y vio que se movía.

-¿Qué pasa?

-Estás en el hospital. – le dijo Leopoldo caminando a su lado.

-¿Por qué?

-Enseguida la atienden – dijo el celador antes de meterla en un box.

-Tienes mucha fiebre. Tendremos que esperar a que un médico te evalúe, solo así sabremos el motivo de dicha fiebre – Leopoldo sacó un paño del bolsillo trasero de su pantalón y se secó el sudor. Estaba nervioso y Victoria lo notó.

Tomó su mano con delicadeza y fue cuando le pidió:

-Todo estará bien.

Leopoldo entonces le sonrió y, un impulso ajena a él, lo arrastró a besarle el dorso de la mano. Su piel era tersa, blanca y sus poros eran poco visibles. Aparentemente era perfecta.

Pareció aliviado cuando se acercó alguien.

-¿Qué ha ocurrido?

Victoria se volvió y vio al doctor que manejaba su caso.

El médico le sonrió. Fue una manera de decirle que todo estaría bien.

-Me la he encontrado así hace apenas una hora . – dijo Leopoldo.

-Así que ha vuelto a visitarnos – le hizo una señal a la enfermera y la mujer empezó a levantar su chaqueta lila. Sí, la misma que había adquirido aquel sábado en el centro comercial.

-¿Qué hace? – preguntó confundida.

-Tranquila, Victoria. – dijo Leopoldo cogiéndola por los hombros al ver que se intentaba incorporar para enfrentar a la enfermera.

-Está bien. – lloriqueó dejándose caer agotada.

-¿Qué le ocurre, doctor?

El médico le examinaba la zona del vientre y frunció el ceño.

-¿No le duele?. – con la yema de sus dedos le palpaba el abdomen. Victoria se negó. No le dolía. – Que le hagan una ecografía. Tómale la tensión y sino ves nada raro que le hagan un tac abdominal. – el residente asintió.

-Sí, doctor.

-¿Guarda reposo?

-Sí, todo el que la profesión me permite.

El médico apretó los labios.

La enfermera le puso algo en el oído. Después de un pitido la enfermera dijo:

-Treinta y nueve y medio, doctor.

Le pasaron una luz por los ojos.

-Tensión trece, seis.

Sintió algo frío en el pecho y que decía el médico:

-¡Quiero una placa de tórax! ¡Ya!

Como bien ordenó el galeno, Victoria fue trasladada a la sala de radiología. Leopoldo hubiese querido acompañarla, pero no era conveniente. Así que con los nervios enmarañados no le quedó otra opción más que quedarse en el box.

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora