17. Lo fácil que es perderse

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Mateo era el único que había pedido café negro y lo tomaba amargo

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Mateo era el único que había pedido café negro y lo tomaba amargo. Lo revolvía distraído, haciendo tiempo hasta que los demás terminaran de repartir las medialunas y los sobres de azúcar, para evitar levantar la cabeza y encontrarse con la mirada de Laila. Tenía a Jazmín de un lado y a Nicolás del otro, y Lucía se había sentado entre sus dos amigas. Casi parecía que no era el único evitando a alguien.

Laila había defendido a Verónica. No quería levantar la mirada y encontrarla molesta, desafiante, como la vio al llegar. No quería cruzar esa actitud demoledora contra la que no podía defenderse esa tarde. La balanza se inclinaba cada vez más en su contra y la culpa le minaba las paredes de la conciencia, pero hablar era tan doloroso y él era tan malo para gestionar su propia angustia que prefería nadar en el remordimiento de tener siempre el peor comentario, ser la persona menos deseada, y así mantenerse al margen del dolor ajeno.

Pero Laila no se había mantenido al margen. Había defendido a Verónica.

—A ver, cuenten. ¿De qué me perdí anoche? —Jazmín miró a cada uno de sus amigos y se llevó el licuado de durazno a los labios, dispuesta a escuchar.

Nicolás tomó la palabra.

—Nada fuera de lo normal. Lucho se quejó de lo mal que elige siempre, Mateo desapareció apenas empezó a llegar gente, Laila se fue con un tipo y Lucía nos mandó a dormir. Lo de siempre.

«Lucía». Pudo ver cómo Jazmín intentaba disimular la sorpresa.

—¿Se pelearon?

Su amiga contestó sin mirar a nadie, concentrada en cortar una medialuna con los dedos como si fuera la única tarea que mereciera su atención.

—No se puede pelear con alguien que no sabe lo que dice.

—Sí sabía lo que decía.

—No —intervino Laila—. No vayas por ahí. Si solamente sacás el tema cuando hay más gente escuchando, estás diciendo más de lo que pensás.

Mateo agradeció que Nicolás hubiera llamado su atención y acaparara su furia contenida, porque le permitía detallarla sin que ella se percatara de que la observaba con cautela. Esa Laila había defendido a Verónica, y no se diferenciaba de la Laila a la que él le dijo que su hermana había buscado morir. Le parecía contradictoria y consistente a la vez, tan capaz de darle la razón y de rechazar sus ideas al mismo tiempo que Mateo no estaba seguro de cómo sería hablar con ella. ¿Cómo buscaría el momento si los instantes donde estaban solos parecían crearse a partir de situaciones imposibles de anticipar y nunca sabía con qué ánimo lo iba a recibir? ¿Cómo acercarse a ella si tenía un escudo creado con el único fin de protegerse de él y de sus palabras hirientes? ¿Cómo reaccionaría?

Laila apretaba los labios mientras Nicolás buscaba la mirada de Lucía para confirmarle que seguía pensando igual que la noche anterior. El instinto con el que protegía a sus amigas era más fuerte que ella, incontrolable hasta para su voluntad férrea. Si así había defendido a Verónica...

El mar donde sueñan los que mueren [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora