Laila y Mateo no se toleran, pero una muerte les hará ver que sus vidas giran en torno a la culpa y que tienen más cosas en común de lo que creen.
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La...
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Había pasado una hora. Durante ese tiempo, Lucía no había dejado de intentar localizar a Jazmín, Nicolás no paraba de mandar mensajes y de mirar por la ventana, Luciano no se había sentado. Laila los miraba desde la distancia del sillón, entumecida. No había pronunciado palabra, no había interactuado con ninguno de sus amigos. Era posible que todos creyeran que tenían una solución, que los tres guardaran alguna esperanza con respecto a esa noche, pero Laila escuchaba de fondo el murmullo del mar como una amenaza latente, definitiva.
Su primera falta fue tomar el pedido de Verónica hasta resolverlo. Si no hubiera permitido que su día a día se interpusiera en sus noches con Sol, podría haber cerrado aquellas visitas en dos sueños y habría descubierto la causa de la angustia de Mateo antes del cumpleaños de Nicolás. Podría no haberlo provocado esa noche, se podría haber sentado con él en la oscuridad del patio de su amigo y preguntarle cómo se sentía. Si hubieran hablado, si no hubieran llegado a la intimidad de compartir un cigarrillo en la puerta de su casa, si no lo hubiera tenido tan cerca... Si hubieran hablado esa noche. Todos los caminos que su mente podía trazar acababan ahí y no podía pensar en una culpa que no fuera compartida. La responsabilidad era de uno en la medida en que lo era del otro, y en ese pensamiento encontró un hilo de paz del cual sostenerse.
Mateo fue cobarde; ella, egoísta. El daño, si no era mutuo, no existía.
—¿Alguien trató de llamar a Martín? —preguntó en voz baja.
Creyó que nadie la había escuchado, pero Nicolás contestó.
—Me mandó a la mierda y me dijo que no quería saber nada con ese chabón. Creo que recién ahora se da cuenta de la gente que tiene cerca.
—¿Te dijo algo de Jaz?
—No, se iba a su casa.
Laila apoyó la cabeza contra la pared, cerró los ojos. Alguien se sentó con ella.
—¿Cómo estás? —Luciano le habló lo bastante bajo para que la conversación se mantuviera privada.
—¿Cómo querés que esté?
Su amigo suspiró. Se sacó las zapatillas, subió los pies al sillón. Laila lo tomó como un indicio de calma. Si él podía sentarse y esperar, todos podían.
—¿Te contó que no se está quedando más en el departamento?
Giró la cabeza hacia él, todavía apoyada en la pared.
—No, no hablamos de vos. ¿Se pelearon por algo relacionado conmigo?
—Por ahí explotó todo por vos, pero empezó hace rato. Ni yo sabía que estaba aguantando cosas que le iba a terminar echando en cara.
—¿Que no me contara lo de Sol?
—Eso es parte de lo nuevo, pero influyó. Siento que hice tanto por cuidarlo, por cuidar a los dos...