Laila y Mateo no se toleran, pero una muerte les hará ver que sus vidas giran en torno a la culpa y que tienen más cosas en común de lo que creen.
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La...
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Buscó su teléfono en cuanto pudo moverse. Fue a la conversación con Mateo para saber si estaba despierto, si esa noche también quería mantenerse al borde del precipicio que implicaba hablar con ella, pero descubrió que había bloqueado su número y, con eso, aniquilado cualquier posibilidad de que Laila le escribiera de madrugada.
—Cagón del orto.
Descartó la idea de llamarlo en cuanto se le ocurrió. Si seguía durmiendo, manteniendo el sueño en el que lo había dejado, Laila no quería ser quien lo despertara. No esa vez. Hundió la cara en la almohada. Detestaba ser capaz de hacerle un favor. Sentía la desesperación de Verónica como un cosquilleo y no se la podía sacar de la piel, aunque supiera que, si Mateo seguía en el sueño, no estaba con ella de verdad. No los podía separar, sin importar si lo había dejado con ella o con una ilusión. Que la abrazara hasta que consiguiera despertarse, que la llorara durante el día como Laila no podía llorar a Sol.
Sol.
Mateo lo había sabido desde el principio. Diez minutos después de conocerla había deducido que Laila no era Sol, que nunca había estado con él y que lo quería tan lejos como fuera posible. Había evitado acercarse aunque sus impulsos le jugaran en contra y había aprovechado cada oportunidad para que Laila pudiera pensar mal de él, como si intentara compensar el secreto que no era capaz de revelarle.
Pero sí podía pedir respuestas, aunque no fuera a él. Buscó entre sus contactos marcados como favoritos y se mantuvo en espera hasta que escuchó el contestador. Intentó de nuevo. Era una emergencia, tenía que atender. No había notado cómo apretaba las sábanas por la ansiedad.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
Laila tomó aire antes de hablar. No le importó su preocupación ni escuchar que parecía estar saliendo de la cama tan rápido como el sueño se lo permitía.
Su voz, para su alivio, sonó tan fría como en su mente. Casi parecía que no era capaz de perder el control.
—Si me llego a enterar de que vos sabías que Mateo se acostó con Sol, no te vuelvo a hablar en tu puta vida.
Silencio. Presionó el aparato contra su oído.
—No es algo para hablar por teléfono, menos a esta hora.
—¿Sabías o no sabías? Es una pregunta fácil. Sí o no.
Lo escuchó suspirar.
—¿Quién te dijo?
Movió las colchas de un tirón y salió de la cama. Roma se sobresaltó.
—¿Me estás jodiendo? Te pido que me contestes con dos letras y te las arreglás para esquivar lo único que te pido que digas. ¿Hasta cuándo lo vas a defender?
—Laila, calmate...
—¡No me puedo calmar! ¡Vos sabías! —Intentaba no levantar demasiado la voz—. ¡Sabías que se metió con mi hermana y no me dijiste nada cuando te conté que me había buscado, que casi pasa algo! —Se acercó a la puerta. Su mamá no parecía despierta—. No me lo dijiste cuando me encontraste en la cama de él.