Laila se despertó con el peso de Roma sobre su pecho y una duda punzante como un alfiler entre los ojos. Tenía una molestia en el corazón, una inquietud que sentía ajena, premonitoria.
Acarició el espacio entre las orejas de su gata para no perder contacto con ella. Roma bostezó.
—Buen día —le susurró—. ¿Me podés dejar de aplastar?
Giró despacio mientras la acomodaba con su mano libre y dejó que apoyara la cabeza contra su cuerpo. Cualquier excusa que la retuviera unos minutos más en la cama era más válida que poner en marcha su día.
Su mente se había adelantado doce horas, al momento en el que hablaría con Luciano, mientras que su corazón se había estancado seis horas atrás, en el sueño que le descubrió una verdad en la que había creído desde el principio. No sabía a qué prestarle más atención.
Su última (y única) pelea con Luciano no había sido por algo relacionado con ellos dos. En su momento, Laila se preguntó si no había exagerado al enojarse por algo que no tenía que ver con ella, pero el tiempo le hizo entender que sus motivos importaban. Aquello en lo que creía importaba. Sin embargo, aunque podía verbalizar qué le había molestado esta vez, no era capaz de explicar la profundidad de su enojo. No sin hablar de su ex y reconocer que, en un nivel que no se había permitido aceptar, Nicolás tenía razón.
Laila había protegido a Mateo antes de entender que él no la quiso y ahora tenía que admitirlo en voz alta. Se sentía ridícula.
Su abuelo la había salvado para que se convirtiera en un chiste.
Se levantó a desayunar para evitar darle vueltas a un asunto que prefería enfrentar cuando llegara el día. Esa noche tenía que hablar con Luciano, no con Mateo. Sobre Mateo ya había tomado una decisión.
Mercedes había ocupado la mesa de la cocina para ponerse al día con el trabajo. Las carpetas abiertas casi no dejaban espacio para nada más. Laila prendió la cafetera y le pidió que hiciera lugar.
Ninguna habló mientras desayunaban. El mutismo reflexivo en el que Laila se había sumido desde que tomó el primer sorbo de café amargo solo hizo que su mamá se preocupara.
—Si seguís enojada por lo de anoche... —empezó, pero Laila sacudió la cabeza antes de que terminara de formular su duda.
—Es por Lucho. Tuvimos una pelea fea y hace días que no hablamos.
Mercedes cambió el tono de su voz. En lugar de justificar a Gustavo, como parecía ser su intención inicial, buscó acercarse a su hija, y Laila leyó en esa preocupación que no estaba sola. Incluso si perdía a sus amigos, su mamá siempre la iba a querer, al igual que seguiría queriendo a Sol. Incluso si se alejaba de quienes ella misma le había pedido mantener cerca.
—¿Pelea por qué? Si puedo saber.
—Por Mateo.
Mercedes no supo esconder la sorpresa.
ESTÁS LEYENDO
El mar donde sueñan los que mueren [COMPLETA]
ParanormaleLaila y Mateo no se toleran, pero una muerte les hará ver que sus vidas giran en torno a la culpa y que tienen más cosas en común de lo que creen. ** La...