Las palabras de Lucía llevaban días alimentándose en su mente y Laila las masticaba cada noche antes de ir a dormir. No hablaba de Mateo con Sol y, cuando abandonaba el mar, permanecía despierta por un lapso que oscilaba entre la media hora y los cuarenta y cinco minutos, con la mirada fija en el techo que no distinguía en la oscuridad y una mano acariciando a Roma por inercia.
Sus días y noches seguían el reloj por rutina y avanzaban a un ritmo decadente por miedo a perder la escasa estabilidad que había conseguido. Mercedes confiaba en ella, Sol la esperaba como al principio. Su mamá respiraba tranquila en su presencia y su hermana relajaba los hombros cada vez que aparecía en el mar. Su entorno hacía equilibrio sobre una cuerda en puntas de pie y su única prioridad era evitar la duda cada vez que adelantaban un paso.
El primer error apareció una mañana de junio.
Tenía la guitarra a un costado, en el sillón, y a Roma durmiendo sobre el respaldo. Frente a ella, congelada en la pantalla de su teléfono, había una foto de Sol. Una de sus amigas la había subido con un texto breve, un «Otro mes en el que te extraño como nunca extrañé a nadie en el mundo» que le partió el corazón. Entró al perfil y encontró que, por cada mes que pasaba desde el accidente, ella subía una foto de las dos. Y Laila ni siquiera lo había notado. Reaccionó a la publicación, pero fue incapaz de leer los comentarios que otras amigas habían dejado algunas horas antes. Sí revisó sus perfiles y encontró que todas la mantenían presente. Una había destacado fotos de y con Sol para que no se perdieran, otra tenía una foto con ella como imagen de perfil, y Laila sintió que se hundía cada vez más en el sillón al notar que la gente que la quería seguía teniéndola presente. Que Sol seguía en sus vidas, que no era solo un recuerdo.
Que no dependía de ella y de Mercedes que no cayera en el olvido.
Levantó los pies, se acercó las rodillas al pecho. Siguió revisando publicaciones y, cuando se percató de que llevaba más de media hora en esa posición, estiró las piernas. Roma la imitó. Mientras se acomodaban de nuevo, el timbre rompió la quietud de la que se habían adueñado por esa mañana.
Laila corrió la cortina de la ventana, lo justo para distinguir una campera de cuero y los tatuajes de una mano mientras la visita se rascaba el cuello. Se acercó a la puerta con hastío, con la molestia brotando en su piel como si los últimos días hubieran sido una ilusión y la realidad le exigiera que pusiera en orden lo que llevaba tiempo evitando.
Abrió la puerta. La recibió un intento vago de sonrisa.
—Mirá, si viniste a pedirme que hable con Lu...
Nicolás sacudió la cabeza despacio. Las ondas oscuras de su pelo acompañaron el movimiento.
—Mis cosas con Lu las arreglo yo —la cortó—. Vos no tenés nada que ver ni te tenés que meter en eso.
Laila se apoyó en el marco de la puerta. De todas las personas que podían visitarla ese día, Nicolás era su última opción. No sabía qué esperar.
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El mar donde sueñan los que mueren [COMPLETA]
ParanormalLaila y Mateo no se toleran, pero una muerte les hará ver que sus vidas giran en torno a la culpa y que tienen más cosas en común de lo que creen. ** La...