Tenía miedo de dormir. Las horas de cada día se consumían con una lentitud agonizante y sus pensamientos eran incapaces de hilarse en una idea clara. Apenas se podía concentrar, apenas conseguía mantener su cuerpo funcionando. Mercedes le sugirió buscar ayuda más de una vez. Laila se negó a sacar turno con quien fuera y a intentar descansar.
Tampoco había hablado con Mateo. Cuando pensó que estaba lista para escribirle, fue a su conversación con él para convencerse de que no quería tener noticias suyas, pero encontró que ya no tenía su número bloqueado y se permitió creer que sí aceptaría que le escribiera. Casi podía pensar que la invitaba a hacerlo. Se sentó en el suelo, apoyó la espalda contra la pared de su pieza silenciosa. Si Mateo quería estar disponible para cuando ella lo necesitara, no podía haber elegido peor momento. Lo último que deseaba era buscarlo y que el mar decidiera que él sabía demasiado. Que la muerte se sintiera expuesta.
Habló con Abel ese mismo día. Le preguntó si su mamá también había tosido aquel ácido negro que delataba la conexión con el mar cuando él habló con ella de sus sueños, pero Abel no había visto ninguna señal; solo tuvo una advertencia, la primera y única. Laila había recibido la suya antes de hablar con Mateo. Cortó la llamada antes de confirmar que lo había puesto en peligro y volvió a pasar una noche entera sin poder dormir.
Sí había hablado con Lucía para tranquilizarla y habían encontrado una explicación lógica para la crisis, aunque su amiga insistió tanto como pudo en conseguir ayuda para Laila. Ella se negó de nuevo. La conversación murió.
Luciano había sido más cauteloso. Sus preguntas parecían satisfacer la inquietud de alguien más, aparte de la propia, y Laila se preguntó si Mateo estaba más pendiente de lo que ella pretendía. Desechó la idea de inmediato; según lo que había escuchado, llevaban días sin hablarse.
El jueves recibió un mensaje de Nicolás. Era una invitación breve, concisa, para el día siguiente. Antes de que ella pudiera contestar, le aclaró que era una reunión para todo el grupo, para que pudieran hablar o pasar una noche tranquila, lo que surgiera. Creía que, como grupo, necesitaban verse. Cuando Laila se disponía a buscar una excusa para evitar el encuentro, recordó que todas las discusiones se habían originado por ella. La culpa era un nudo que le comprimía la garganta. Accedió.
Luciano la buscó por su casa ese viernes. Hicieron el trayecto en silencio, sin pronunciar en voz alta que serían los mismos cinco que se juntaban el año anterior; Mateo no participó en ningún intercambio sobre la organización. Cuando llegaron, Lucía llevaba algunos minutos ahí. Abrazó a Laila como si ella lo necesitara más que su amiga y le susurró un «Después te cuento» que fue ahogado por el saludo de los chicos.
A pesar de los intentos de Nicolás, los cuatro evitaban mirarse como si un gesto fuera capaz de dinamitar la noche y exponer su privacidad ante los demás.
Durante la primera media hora, mientras esperaban a Jazmín y después de confirmar que serían solo ellos cinco, Luciano se dedicó a llenar los vacíos de la conversación. Nicolás había ofrecido la casa considerando que podían terminar en una discusión y era mejor que lo hicieran en un ambiente privado, pero todos parecían cuidarse de ser el detonante.
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El mar donde sueñan los que mueren [COMPLETA]
ParanormalLaila y Mateo no se toleran, pero una muerte les hará ver que sus vidas giran en torno a la culpa y que tienen más cosas en común de lo que creen. ** La...