Laila y Mateo no se toleran, pero una muerte les hará ver que sus vidas giran en torno a la culpa y que tienen más cosas en común de lo que creen.
**
La...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Tenía la espalda mojada, el agua le rozaba el cuello. Tomó aire antes de que su cabeza se hundiera, aunque sabía que no necesitaría respirar. No lo necesitó la primera vez que estuvo bajo el agua, al menos. En esta ocasión era diferente.
Descendía despacio, como si se hubiera recostado sobre la superficie quieta del mar y la gravedad tirara de ella hacia lo más profundo. El agua le cubrió las orejas, le tocó las comisuras de los labios. Laila los juntó en un movimiento brusco.
No cerró los ojos mientras el mar la arrastraba con una lentitud agonizante hacia la oscuridad. Mantuvo la mirada fija en las nubes grises, en el cielo que no era más que una ilusión. Se preguntó por qué el imaginario colectivo ponía a un dios omnipresente en las alturas, si en ese mundo reinaba la muerte y el mar era su cuerpo, su conciencia y su dominio.
No, no su dominio. Su dominio era el sueño.
Estaba soñando.
Giró la cabeza con fuerza. Había pasado tanto tiempo desde la noche de su acuerdo con la muerte que no recordaba si esa vez también había sentido que su cuerpo se entumecía bajo la superficie. El agua se resistía a su movimiento, como siempre que navegaba, pero era diferente. La atención que recibían sus movimientos no era la usual.
El agua helada le arañaba la piel con un roce que Laila, contrario a lo que esperaba, sentía cómodo. Como si se cepillara con alambre y sus brazos entumecidos apenas sintieran un cosquilleo. Como si le aliviaran el ardor de una herida que desconocía tener. Le provocaba placer mientras la lastimaba, y, mientras se esforzaba para no dejar escapar un suspiro por miedo a que le entrara agua en la boca, se preguntó si su vida entera no consistía en encontrar placer en el dolor.
Dio media vuelta en el agua para enfrentar la profundidad. Vio el brillo sutil de las ondulaciones que producían las almas al moverse, sintió en la lejanía cómo el mar le llevaba las vibraciones suaves que emitían mientras se desplazaban. No recordaba haber notado el detalle la primera vez y se preguntó, con un dejo de preocupación, si había algún motivo para que su cuerpo reaccionara de esa manera a las almas que antes solo había sido capaz de ver. Sus sentidos captaban las diferentes trayectorias, las velocidades con las que se acercaban a ella. Su piel reaccionaba a la cercanía y, sin embargo, una alerta le indicaba que no era lo que veía lo único que la acompañaba. No eran solo las almas próximas a soñar lo que alcanzaba a percibir. Había más.
En el corazón de la negrura, hablándole, llegaba un tono pulsátil que apelaba a la culpa que yacía en su conciencia. Laila pensó en su pacto, en su promesa, en cómo había determinado que lo más importante de sus días sería dormir a tiempo para navegar con su hermana y, así, poder mentirse y fingir que no la había perdido.
A lo lejos, acercándose entre las almas que existían a su alrededor, una voz la llamaba.
«¿Cuánto vale la palabra que se quiebra con la brisa de una ilusión?».