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La campana sonó, todos los niños salieron inquietos y entusiasmados al receso, a excepción del pequeño Hanemiya.

Una profesora dulce y tranquila lo observó desde su mesa.

—¿No quieres ir a jugar o comer con tus amigos?

—No tengo amigos.

Hubo un silencio que intentó ser incómodo, pero la profesora no dejaba a ninguno de sus niños sufrir de soledad.

—De todas formas tienes que salir, no puedes estar en el salón—tomó del brazo del delgado brazo del niño, que la miraba con desconcierto.—Y yo puedo ser tu amiga.

Kazutora quiso huir, ser amigo de su maestra significaba un bullying asegurado.

—No se preocupe, estoy bien así.—pensó en alguna mentira para escaparse de la propuesta, no quería que su primer amiga fuese la profesora por lástima.—De hecho, me invitaron a jugar un partido de fútbol así que...  iré con mis compañeros.—¿Fue creíble? ¿Habló seguro?, para nada, estaba hecho un manojo de nervios.

—Está bien Hanemiya, ve a jugar..—sintiéndose orgullosa de la acción de su alumno, le dio una palmadita en la espalda.—Diviértete.—el niño llevaba su almuerzo, sólo le agradeció en voz baja y desapareció de su vista.—Que niño tan tímido...

Kazutora Hanemiya es un niño callado, solitario, que está cursando el tercer grado.

No tiene amigos, porque sus compañeros le tienen miedo.

A veces falta a la escuela por unos días, y su madre asiste para justificar sus faltas, diciendo que es por enfermedad. Ciertamente, está enfermo por la disciplina que obtiene de su padre, la cual lo hace sufrir y tener marcas moradas por todo su cuerpo.

Sus notas no son las más relevantes, es decir, pese a las ausencias, se aplica bien a las materias entregando todas sus tareas acumuladas. El pequeño se esforzaba para el falso orgullo de su padre, prefería leer en presencia del hombre en vez de jugar con su consola favorita, solo para no recibir un castigo.

La educación es una obligación. 

Era muy injusto que tuviera que vivir en los rincones, apreciando a los demás convivir  y rreír acompañados de sus amigos, jugando, mientras que a él nunca lo invitan a nada.

Y cuando lo hacían, los rechazaba por la falta de costumbre.

La profesora de ciencias naturales era nueva, le agradaba un poco su genuino interés en consolidar una amistad pasajera, pero no quería ser hostigado ni motivado a hacer amigos, así que huyó con discreción. Cantaba mentalmente una de sus canciones favoritas, con su almuerzo en mano hasta llegar a un banquito, dónde abrió su bentō, feliz al ver las cosas que le gustaban. Su mamá lo consentía muy rara vez con esos detalles.

Tenía a disposición media hora para comer y perder el tiempo, rayos, era mucho tiempo.

Comió como una tortuga, tratando de extender la actividad hasta que volviera a tocar el timbre.
El bullicio no le impedía disfrutar de la pacífica vista de un cielo bonito plagado de nubes esponjosas, a las cuales le encontraba formas creativas. Sentado en aquella banca solitaria, bajo la sombra de un gran árbol, veía de cerca a sus compañeros jugando fútbol, a otros corriendo, a unos haciendo fila para los juegos, cada quien en su mundo.

De pronto vio a un niñito de primer grado, saltando feliz como una lombriz en medio del partido.

—Ese niño...le van a dar un balonazo.

Como un presagio,  vio caer al saltarín niño por un pelotazo en la cabeza.

—¡Ay no!—se atragantó de la impresión, tosiendo para disimular su ahogo.

Pecositas(っ˘з(˘⌣˘ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora