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Cuando se hablaba de Kazutora y su madre, lo primero que se podía destacar era su falta de comunicación, rayaba en lo inexistente.

La señora sabía que no era una buena madre. Estaba considerando divorciarse de su esposo, ya no soportaba el abuso de todos los días, necesitaba ponerle un alto a todo y además, se sentía débil, cansada de seguir en el duelo diario que era estar en casa. La situación familiar era horrorosa, "soportable" dentro de sus parámetros distorsionados de calidad de vida.

 Ella quería detener la violencia antes de que se agravara más y terminara todo en una tragedia absoluta. De una vez por todas se había decidido a proceder con la denuncia y no anularla, como fueron sus casos anteriores. 

Al costado, en el asiento de copiloto iba su pequeño hijo, divagando la imaginación mientras observaba el camino de vuelta a casa. Ella relajó sus tensados hombros, para dejar ir el recuerdo amargo de una reciente pelea familiar, pues su único hijo no merecía estar viviendo situaciones críticas, no tenía porque arrastrarse junto a ella ante el despotismo del padre. Lo único de lo que estaba segura era de su confusión, de sus crisis nerviosas, del miedo que habitaba en sí misma por enfrentar a la persona que más odiaba. Al igual que su hijo, esa verdad la callaba, lo quería esconder, así como Kazutora lo hizo con su bonita amistad de azúcar.

El viaje en auto de vuelta a casa se ponía tenso, aburrido y sofocante. El niño parecía molesto, no decía nada por voluntad.

—¿Cómo te fue hoy?

—Bien— sopló aire caliente. Tenía coraje porque su madre aceptó la invitación, quería desquitarse con ella.—¿Por qué aceptaste?—rompió la esfera de silencio.

—¿No quieres ir?—forzó una sonrisa, viendo por el retrovisor la cara de enojo de su hijo.—Es la primera vez que te invita un amigo...eso, ¿No es genial?

—No.

La madre al percibir el aura gris,  prefirió desviarse del camino original, doblando en una dirección contraria, poniendo en alerta a Kazutora. Ella ese había guiado por un instinto repentino, le nació dar una serena sorpresa.

—¿A dónde vamos?— volteó a verla, ocultando su espanto.

—Vamos por un helado.

Nunca le hacía ese tipo de sorpresas. El chico se emocionó internamente, pero el sentimiento de desconcierto era mayor. Ya habían jugado con demasía y cruelmente con sus ilusiones, sueños y emociones, al punto que lo dejaron vacío, con un alma infantil desértica, siendo que a su edad debía ser un campo verde, lleno de vida y animalitos.  Ya que estaba bajo ese dolor implantado, el niño terminó encontrando un refugio en los videojuegos violentos, para él se hicieron terapéuticos, porque de esa manera desquitaba su ira mental.

Pero, desde que conoció a Chifuyu, pasaba menos horas sentado frente al televisor, había sustituido sus mañanas por ratos de juegos en las escondidas, las atrapadas, y porque no, de abrazos traviesos junto a su nuevo amiguito.

—¿Por qué no me dijiste que tenías un mejor amigo?— intentó llevar una conversación con tintes de desinterés.

—Solo lo veo en los recreos—respondió de mala gana, no quería dar detalles.

Kazutora se mostraba renuente a explicar su historia, pues sentía que si revelaba lo que le gustaba, de alguna manera, su padre lo iba destruir. Ese era su nuevo mecanismo de defensa: ocultar cosas.

—Es un niño encantador—mostró serenidad.—Y se ve que te estima mucho.

—Supongo.

Ella entrecerró los ojos, leyendo la cara ligeramente sonrojada de su hijo.

Pecositas(っ˘з(˘⌣˘ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora