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Capítulo con contenido explícito.

Ya no eran niños que esperaban ansiosos el recreo para verse.

Ya no eran adolescentes con citas reguladas por el tiempo, bajo la supervisión constante de adultos. 

Ya no eran aquellos jovencitos preocupados por lo que los vecinos dirían al verlos sujetados de las manos.

Tampoco eran los mismos novios...

El lugar al que Kazutora llevaba a Chifuyu era al cielo disfrazado de infierno.

Bésame

 Prófugos de los familiares y las amistades, silenciosos como la pólvora en manos de gente perversa, delincuentes del romance, fieles complacientes, enemigos y amantes, sus nombres iban a olvidarse esa noche.

A Kazutora le importó un carajo dejar el celular tirado en la mesa, acumulando estresantes llamadas pérdidas, el chico pegado a la pared, encerrado por su cuerpo, tampoco se preocupó en mandar un mensaje. De su escape habría consecuencias. 

O tal vez no.

Afuera explotaban los fuegos artificiales, contaminaban de chispas coloridas el manto nocturno, eran grandiosas pero pequeñitas imitaciones de las estrellas que en las constelaciones eran infinitas.

El kimono azul turquesa se ajustaba con una cintilla negra a la cintura de Matsuno, resguardaba una pancita que parecía más una hinchazón por comer mucho, junto a unas caderas poco anchas. Las mangas eran pétalos de tela refrescantes, protegían los brazos tibios del rubio.
Aquel corte en V sobre su cuello era una invitación provocativa a repartir besos y juramentos motivados por la lujuria.

Entre besos sin razón, dos hombres comenzaban a desatar la impaciencia.

El corazón pedía a gritos ser callado, torturado, besado, mimado, exigía con cada latido que Kazutora lo devorada sin piedad, que con sus garras abriera su pecho y lo tomara como un rubí.

—Ah, Tora...—siseó sobre su boca, su labio inferior yacía atrapado en los dientes de su pareja.—Duele...

Kazutora tenía el kimono abierto hasta el ombligo, el color del oro cubría todas sus extremidades y rozaba hasta la altura de sus talones, sus pies descalzos iban recogiendo pelusas, entrando en contacto con la madera de la habitación.

Los dos morían de frío.

—Te he esperado una eternidad, Chifuyu.

Desde aquella primera vez que sintieron deseos sexuales el uno por el otro, habían pasado más de una década. Fueron chiquillos precoces, siempre dejando que la imaginación diera satisfacción a las reacciones desconocidas de sus cuerpos.

Chifuyu ya no tenía que imaginar un beso de Kazutora por su cuello. Estaba contra la pared, despegado del suelo, volando, capturado contra el abdomen bajo de novio que rozaba plenamente con su entrepierna, mientras que el abrazo posesivo de sus piernas le daba algo de estabilidad.

Los cachetes rellenos de Chifuyu fueron besados con ternura. Su amado besaba lento, apretaba su boca para hacer temblar la piel blanca y blandita.

Un tatami sobre el suelo susurraba su cercanía, pero ellos querían ir lento.

Kazutora no tenía objeción alguna en esperar un poquito más, había sido delicadamente paciente por tantos años que unos minutos extra no le arruinarían la noche. Él no perdonaría ni al diablo si intentaba arruinar el momento que esmeró desde que colocó un anillo en el dedo anular del antiguo  niño que le regalaba picafresas.

Pecositas(っ˘з(˘⌣˘ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora