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Las clases parecían tenebrosas en compañía de la fuerte imitación de un diluvio.

Una brusca y temible lluvia se desataba aquella hermosa mañana, resultó predecible puesto que el Sol no se lució tanto como días anteriores, el viento gélido estuvo susurrante entre los infantes.

Kazutora estaba presente en su clase, más no atento en la explicación detallada que daba la profesora de ciencias naturales. Todos los niños copiaban lo del pizarrón con prisa, algunos se murmuraban cosas de la tarea, otros andaban compartiendo anécdotas curiosas, unos leyendo, y el único en su mundo de miseria, era el chico sentado al final de la fila.

La profesora empezó a pasar lista, el chico perdido en la Luna y con un lunar en su rostro pálido seguía aburrido, le atraía más ver las finas gotas de lluvia en diagonal que escuchar su apellido.

—Hanemiya, ¿No está? Le pongo falta.

Sus compañeros lo miraron, solo uno tuvo la amabilidad de llamarle con un monosílabo para que prestara atención.

—Oye.

—¿Mm?—volvió su vista al frente.

—Hanemiya—repitió la profesora, el niño se puso de pie cuál resorte mientras a voz alta y entendible decía presente.

La clase siguió normal hasta que tocaron el timbre, pero ese rato de libertad no le alegraba la vida, no tenía con quién jugar, hablar o algo. Los ratos de "libertad" eran solo para pasar más tiempo consigo mismo, sin los murmullos de los compañeros.

No creía en la amistad porque nunca había tenido un amigo leal y divertido que le tardara mas de un mes, todos solían apartarse de su persona. Era un niño, por ende le afectaba el distanciamiento, la falta de compañerismo, la horrible soledad, el hecho de ser ignorado.

¿Qué hay de malo en mí?

Y aquel niño rubio solo había jugado con él. Kazutora se sentía ridículo y hasta estúpido por creer que sería amigo de alguien con quien solo había interactuado en recreos. Ese niño no sabía cumplir con su palabra, en ningún día asistió para pasar el receso con él.

Desde entonces, ya había transcurrido una semana aburrida, y en ninguna oportunidad volvieron a coincidir. Con tan poco contacto y charla, era tonto pensar que tendrían sentimientos de abandono muy profundos, o de extrañar genuinamente.

Kazutora solo sentía decepción.

Mentiras, todo era mentiras. Palabras al viento, tan solo un capricho que el niño tenía.

Poco a poco los niños fueron abandonando el aula, la lluvia se detuvo para satisfacer con juegos a los estudiantes, habían grandes charcos por saltar. Igual, las nubes ya estaban cansadas de llorar.
Algunos de los compañeros de Kazutora se tentaron a invitarlo, pero aquello no fue más que un impulso mental nunca expresado.

No tenía apetito, no tenía ni fuerzas para sacar su desayuno de la mochila. Lo único que le parecía divertido e irónicamente que consideraba especial, era que lograba despejar la turbiedad de su vida al sentirse identificado con el protagonista de un manga comprado por su madre a escondidas de su padre, el trasfondo de tal obsequio le hacía pensar que era un niño querido y consentido.

Se autoconvencía de serlo. De las caricias obtenidas en casa, debía tener recompensas gratas.

Alguien tocó a la puerta y el ruido no lo sacó de su lectura obsesiva, estaba consumiendo como nunca las páginas del libro. Simplemente ignoró quién era, solo vio como una cabecita se asomaba fugaz, casi como un fantasma.

—¡Holaaa!

Kazutora alzó la vista al escuchar la voz chillona, el mismo niño rubio venía descaradamente a brinquitos hasta su silla.

Pecositas(っ˘з(˘⌣˘ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora