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El otoño desnudaba el alma de la naturaleza, era la parte olvidada de un ser vivo perfecto. Los árboles conocían brevemente a la muerte, asumiendo su realidad, eran majestuosos, callados,  pacíficos. Incluso con su trágica pérdida de calor, no soltaban sus memorias.

Seguían crujiendo, oponiéndose a las ventiscas heladas de una intrusa sin corazón que utiliza un camuflaje para esconder sus turbias intenciones. Invierno, estaba cantando canciones que apasionaban a los oídos sensibles, pero alteraban a las mentes débiles.  La temporada era del gusto de muchos, traía días cálidos dentro de toda su tempestad. No era plenamente malvada por carecer de fulgor, pero si que disfrutaba de absorber la energía de los árboles, de hacer que los animales durmieran y no pasaran el tiempo buscando comida o en juegos tontos.

Lo que la primavera y verano tanto otorgaron, lo pisoteaba el invierno. Las cuatro hermanas nunca terminarían por llevarse bien.

El año se sentía prospero a terminar, el último mes había llegado, más frío que en otras ocasiones. Chifuyu había empezado su colección de hojitas, estaba feliz de todas las que juntó, él y su padrasto salían a buscarlas, investigaban sus nombres, les hacía pequeñas anotaciones, y a veces relataba la historia de cómo las consiguió. La primera hoja que empezó su colección, fue la de un roble, el de la escuela, aquel donde pasó muchos recreos con la persona que  garapiñaba su corazón con besos y palabras sueltas, susurrantes y amorosas como los aleteos de las mariposas.

Ah, extrañaba ver mariposas. Nunca las veía en invierno.

El cielo tenía un blanco metalizado, las cumulonimbus  y altustratus,  viajaban armónicamente, adornaban el ambiente y complementaban con el desgarre de colores implementados en foquitos en serie.  El niño podía alzar las manos envueltas en sus guantes favoritos, y jugar a que rajaba las nubes pomposas, podía explorar en sus curvas, crearse historias fantásticas, desear correr en ellas.

Era invadido por la nostalgia en forma de brisa amorosa, por el picor en sus ojos al distinguir tantos tonos blancos. Juraba amar, pero cansarse también de la nieve.

De camino a casa, no divisaba sus árboles favoritos, no sabía cual de todos esos troncos fue aquel que le brindó una amable sombra. Podía correr sin rumbo, y sentir que no se desplazaba, estaba atorado en ese tiempo en que la espera le regalaba estornudos. Con las manos, intentaba darse calor en los cachetes, ajustaba su gorrito y suéter, porque el frío era su enemigo.

Kazutora, no estaba en la misma esquina de siempre.

Tendría que regañarlo por dejarlo solito. Buscó calma para su alma inocente, al ponerse de cuclillas se abrazó, espero por él. Sabía que llegaría, tarde...pero ahí estaría.

El mundo giraba sin él, se estremecía con tanto descuido, pocos le regalaban amor. ¿Por qué su azul favorito se apagaba en el mes de su cumpleaños?

Los días eran estáticos, solo las nubes creaban escenarios mágicos, ya no estaban los bellos atardeceres en otoño, era un chasquido, un inoportuno despiste para perderse en la noción del tiempo, el como el blanco cenizo oscurecía abruptamente. Los colores eran los mismos, pero se anhelaba una distinción en su mezcla. El tiempo se volvía pesado, dañaba a los impacientes, porque todo parecía durar más...

—¡Chifuyu! —Oh. Ahí estaba.

—¡Tora-san! —nunca le fallaría.

Esperó a que llegara por él, sudando luego de haber corrido un largo tramo. Lamentaba quedarse dormido y tener un percance, por un minuto creyó que su mejor amigo se habría ido a casa sin esperarlo.

Desde que hicieron una promesa nocturna, han quedado en verse en cada salida de clases. A ambos les alegra la vida pasar esos escasos diez minutos juntos, de camino al hogar del ángel rubio.

Pecositas(っ˘з(˘⌣˘ )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora