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Camino a su casa se detuvo tres veces. La primera, en casa de su madre, donde pasó toda la tarde siendo mimado por sus tías. La segunda, en un pequeño bar en el que debía dar una presentación y, la tercera, en la estación de servicio.

La chica que lo atendió le coqueteó, pero él estaba demasiado cansado y la trató con algo de brusquedad.

Entró en su enorme mansión y se tiró, directamente, en su cama. Ese día estaba agotado y no tenía ganas de nada mas que dormir, pero no podía hacerlo. Pasó varias horas dando vueltas en la cama sin obtener resultado alguno.

Recorrió, entonces, cada rincón de la casa en silencio, esperando encontrar el sueño en algún rincón. Al ver que eso no funcionaba, se calzó sus zapatillas y salió a la calle. Metió las manos en los bolsillos de sus jeans por el frío y avanzó por las calles.

Una figura, en medio de la vereda, llamó su atención. Se acercó lentamente y contempló a la joven inconsciente que tenía sangre en el rostro y en la ropa que se encontraba en mal estado. Luego de unos segundos de debate interno, llamó a su chofer quien los llevó al hospital.

Entró en la habitación y la observó, no debía tener mas de 14 años. Su piel se veía pálida y su cabello oscuro resaltaba su pequeño rostro y finas facciones. Era tan delgada como un palillo y tan pequeña que él se preguntó qué podría haber pasado allí. ¿Cómo habría llegado ella a la calle en ese estado?

De todos modos, se sentía extraño al preocuparse por esa extraña, después de todo... ¿Qué le importaba a él esa desconocida? Solo había hecho lo que cualquiera hubiera hecho en su situación, ayudar a una persona inconsciente en la calle. Solo había hecho lo que creía correcto, no debería preocuparse por ella aunque le ponía muy nervioso el echo de que ella llevara seis horas allí sin abrir sus ojos.

Permiteme quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora