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-No entiendo porque tanta gente trata de lastimarte.- susurró él mientras la recostaba en la cama y miraba su piel pálida. Su intención jamas había sido decirlo en voz alta pero tampoco fue consciente de ello hasta que Danna lo miró con los ojos apenas abiertos.
-Porque saben que estoy con vos.-murmuró ella acomodandose en su pecho.-No te quieren.
Louis fruncio el ceño confundido. ¿Qué tenía que ver eso?
-No entiendo.-confesó.
-Todos esos hombres me compraron después de que nos separaran.- dijo con voz cansada y cargada de sueño y tristeza. -Todos odiaban que dijera tu nombre entre sueños. Pero no podía evitarlo. Al menos ahí te veía.
Louis la hizo ponerse a la altura de su rostro y la miró fijamente.
-¿Me nombrabas en sueños?
-Te nombraba todo el día. Confundía sus nombres y pronunciaba el tuyo. Siempre era así.
Él pegó sus labios a los de ella mientras la abrazaba con fuerza. Sabía que haberlo nombrado le habría costado muchísimos golpes e insultos y Dios sabe que mas.
-No me arrepiento. -susurró ella sobre sus labios.-A pesar de todo no me arrepiento de que esos hombres se enteraran que estaba y estoy enamorada de vos. Se enfurecian, si, pero sabían que, sin importar lo que hicieran, yo iba a seguir diciendo tu nombre.
Louis besó sus párpados cerrados y luego volvió a sus labios.
-Ojalá nunca nos hubieran separado.

Fuera de la casa, cinco hombres aguardaban para entrar. Si Horan estaba por llegar, ellos debían apresurarse y darle la última dosis a la chica antes de que él llevara la cura. Eran las órdenes del jefe. Matar a la chica, y si era junto a su prometido la paga era mayor. Sin embargo, dos de esos hombres ya sabían que el rubio estaba en la casa pero no dirían nada porque habían visto a la chica danzar esa tarde a través de la ventana y eran conscientes de lo que estaban haciendo. Ninguno de los dos le haría daño. Ambos se habían arrepentido de haber tomado esa misión.
Robert Hart, uno de ellos, tenía una hija, Nora. Ella había nacido con problemas motrices y fue cuestión de tiempo para que les dijeran que ella jamás podría caminar. Nora tenía doce años y su sueño siempre había sido ser una gran futbolista. Él lo sabía aunque ella no lo expresara. La veía sufrir cada vez que sus hermanos hablaban de deportes.
Marcus Print había perdido a su hermana mayor a causa del cáncer cuando tenía 15 años. Recordaba aquella noche que él le había preguntado porque lloraba. Su hermana lo había mirado a los ojos y, con todo el dolor reflejado en ellos, había dicho esa frase que tan profundo se había clavado en él: "Estoy enferma, voy a morirme. Lloro porque voy a morirme."
No. Ellos no la lastimarian. Al contrario. Al entrar en la casa, dejarían el antídoto en buenas manos. Dudaban que con lo que el rubio tenía alcanzara. Salvarían a la chica, aunque no supieran su nombre.

Permiteme quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora