Diecisiete.

21 1 0
                                    

-Chicos quiero regresar a casa.

Tres pares de ojos me voltean a ver, aunque Caleb desvía la mirada más rápido ya que esta manejando.

-¿Qué sucede contigo, Indi?- dice Niki en tono un tanto molesto.

- Estoy en mis días- respondo sin pensar.

-Mentira- rueda los ojos- eso no te lo cree ni tu abuela.

Amanda mira a Nicol de forma reprobatoria y mi corazón se aplasta un poco, Niki se da cuenta de lo que ha dicho e intenta corregirlo de manera rápida.

-No, lo siento, no era lo que yo... Bueno tú sabes, has estado muy rara últimamente y bueno pensé que al menos esto te levantaría un poco el ánimo.

-Lo sé, perdonen, tampoco tengo porque portarme tan perra. Vale, prometo tranquilizarme. Pasaremos un buen rato- les sonrío dando por finalizada la conversación, no quiero decir una palabra más. No debo arruinar este esfuerzo que están haciendo por mi.

El camino comienza a hacerse largo y mi poca paciencia se agota. Hemos tomado un atajo rumbo a la costa y comienzo a suponer que vamos a algún antro en la playa pero nos seguimos de largo sin detenernos en esa zona. Entramos a una privada donde casas enormes y bonitas comienzan a desfilar a los lados de la carretera. Me intimida un poco la grandeza de estas pero debo admitir que son preciosas.

Mi subconsciente comienza a encajar todas las piezas y justo cuando aparcamos en una gran fila de autos, tengo noción del lugar en el que me encuentro.

Las chicas y Caleb bajan del auto, a mi en cambio, me toma un segundo hacerlo ya que siento mis extremidades como gelatina. Finalmente tomo una bocanada de aire y bajo del auto. Nos dirigimos a la enorme casa o quizá el término "mansión" sería más propia de ella.

En la entrada los temáticos vasos rojos ya hacen tirados por el césped. Unas cuantas personas se encuentran esparcidas por ahí y lanzan cortas pero asquerosas miradas a las chicas y a mi mientras avanzamos. La música empieza a hacerse ensordecedora y al abrir la puerta me encuentro con el evento masivo del año.

Pareciera cómico la manera en que la casa esta a punto de vomitar gente. Lo cierto es que este tipo de espacios tan cerrados no son lo mío pero al ver la cara de euforia que ponen las chicas, me doy cuenta que mi incomodidad tendrá que esperar, la ahogo en el fondo de mi cerebro y tomo la tarea de ir a la cocina, con suerte y no se encuentre tanta gente.

Avanzo por la estancia con las chicas siguiendome, unos que otros cuerpos me restriegan sus fluidos corporales al pasar pero ninguno se percata o disculpa ya que se encuentran sumidos en la música, que debo admitir, es muy buena.

Cuando doy con la cocina mi corazón brinca de júbilo y mi marcha se vuelve más acelerada, es como la luz al fondo del túnel, solo que cuando llego a ella me doy cuenta de que no es tan gloriosa como la pintan. A mi derecha dos chicas se sostienen entre si para no perder el equilibrio, una de ellas comienza a quedar pálida y tiene aspecto de estar a punto de vomitar. Dios, que asco.

Me giro y en cuanto lo hago me sorprendo por segunda vez ya que en unos pequeños cuadros de la casa que son una sucesión de fotos como familiares, se encuentran varias bragas coloridas y de diferentes tipos, colgadas en cada cuadro como gritando que han pasado un buen acto sexual. Estas fiestas son tan macabras que no me lo creo.

Siento como mi garganta se cierra, necesito beber algo de forma urgente o voy a terminar muerta en este lugar.

La cocina, tal y como pensé, no está tan atestada de personas, solo unas cuantas que se encuentran sentadas y beben tranquilamente. Voltean a verme como si fuera una maniática -¿A caso no se dan cuenta de que los maniáticos son ellos?- y después de un rato solo pocas personas mantienen la mirada fija. Yo sin importarme nada de esto, comienzo a buscar algo que pueda beber, pero cada sustancia y color u olor diferente que encuentro en los vasos me intimida como el infierno.

Mala suerte con él.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora