Uno.

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Mi despertador vuelve a sonar de manera estridente, contengo las ganas de tomarlo y lanzarlo hasta que guarde silencio, en cambio mi mano sólo lo hace callar de manera sutil.

Genial, un jodido día más.

Me siento en el borde de la cama aún desorientada e intento pensar en la manera que me gustaría pasar una eternidad más acostada.

Busco ropa decente en el armario y me doy una ducha rápida, no sea que llegue muy tarde a la universidad. Preparo unas tostadas de manera apresurada y salgo disparada del departamento con todo lo necesario en mi bolso.

El tiempo es algo nublado gracias al cielo. No termino de acostumbrarme a este clima de mierda. Casi siempre me encuentro sofocada con su sol ardiente y el aire húmedo con sabor a agua salada. Se los juro casi puedo sentir la arena en mi boca. Asqueroso.

¿Cómo llegué aquí? No tengo ánimos para decir nada más que huí de mi propia vida.

Digamos que para mi ir a un psicólogo no funciono así que me encapriche con darme nuevos aires y un abuelo con la economía bastante jugosa atribuyó al proyecto de esta chica. Ciertamente es que lo extraño, como no hacerlo si él prácticamente me crío pero seguir en aquel lugar que me revordaba todo lo pasado es como un tormento.

Busco un buen lugar en el estacionamiento que ya esta casi lleno -nunca puedo ser puntual, que novedad- pero siempre me cae la suerte así que encuentro uno bueno a sólo cuatro autos de la entrada. La masa de alumnos se arremolina. Caras llenas de fatiga, personas que parecen haberse caido de la cama; eso es lo que trae un lunes por la mañana en el instituto. Cierro de un portazo el auto y me uno a todo el gentío. El lunes es el peor día incluso para mi, mis clases empiezan más temprano y es horrible a excepción de que salgo más temprano, claro.

Al llegar a mi primera clase me siento en medio de todo el bullicio, conversaciones animadas retumban por la habitación y el cotilleo del fin de semana esta en boca de todos.

Cuando llegué a esta escuela pensé que jamás en la vida podría adaptarme, no soy la chica popular con la facilidad para hacer amigos, en realidad soy todo lo contrario y detesto tener una conversación -sin importar que sea trivial- con personas que apenas conozco, realmente me dan flojera. Llevo un buen año aquí y déjenme decir que lo he llevado de maravilla, quizá cuente con dos o tres amigas, tal vez ninguna lo es realmente uno nunca sabe.

El profesor entra a la sala y se hace el silencio sepulcral, a mi vez me relajo en la silla y mi atención esta toda puesta y dispuesta en la clase. No me concidero la persona obsesiva-compulsiva por el estudio pero si quieres tener buenas notas y llegar alto, tienes que jodidamente tomar esto en serio. Así que yo lo hago, en parte por mi abuelo que sé a trabajado muy duro para que yo esté aquí y tenga todo esto que ahora tengo así que cada vez que tengo una buena nota se la dedico a él. Lo sé, a veces sueno muy nerd.

Termina la clase y todo mundo sale como vaca descarriada, me recuerdan mucho a las vacas que están en el rancho de mi abuelo allá en mi antiguo hogar. Cuando era pequeña me ensillaba a una yegua preciosa con un lucero en la cara y patas pintas -morita le decía- nos montabamos en ella y corríamos por los establos, él verificando que el ganado estuviera bien y yo disfrutando del paseo mientras mi cabello golpeaba con furia mi cara. Eran tiempos llenos de dicha.

Camino por el pasillo siguiendo el flujo de personas hacia mi otra clase, cuando llego Amanda ya esta ahí sentada en el lugar de siempre, hoy lleva una coleta que estira su cara pero eso no le quita ni por lo más mínimo lo guapa. Levanta su mano a manera de saludo y me reuno con ella.

-Comida italiana- suelta ella en cuanto me siento - realmente tengo muchas ganas.

La miro y ella comienza a reír como loca por el doble sentido de sus palabras. Su risa es contagiosa, tanto que no solo a mi me hace reír.

Mala suerte con él.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora