Quince.

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Nos encontramos en el pasillo de mi habitación mirando como las sombras del cuadro van cambiando conforme los minutos transcurren, no hemos dicho muchas palabras pero el silencio junto a él no me incómoda.

-Es una pintura un poco macabra- dice rascando su barba.

-Es hermosa, el sentimiento que expresa es hermoso.

Sus ojos me miran por fin y siento como el suelo se mueve inestable. Maldición.

- Estaba un poco mal del cerebro.

-Mal del cerebro estás tú- él finge una herida en el corazón- era una persona que veía el mundo diferente, a pesar de su dolor ella amaba infinitamente, claro si hablamos de Diego Rivera.

- Diego Rivera era un poeta, supongo que tenía la mente demasiado retorcida como para poder amar a esa mujer.

-Esa mujer, como la llamas, pasó por cosas muy difíciles.

Por un segundo sentí que hablaba de mi misma y el rojo de mis mejillas no tardó en aparecer, dejándome en absoluta evidencia pero él pareciendo no percatarse de aquel desliz, me miró con sus profundos ojos, disueltos en miel pura, café amargo.

- Ácida y tierna, dura como el acero y delicada y fina como el ala de una mariposa, adorable como una bella y profunda sonrisa y cruel como la amargura de la vida.

Una vez más en la cercanía de su cuerpo, me sentía tan desnuda. Era como si él hubiera tomado entre sus manos el libro de mi alma que se encontraba estrictamente escrito con tinta negra, y, habiendo sonreído con su dentadura perfecta, escribió una serie de jeroglíficos en tinta roja, corrompia mi ser de una manera descarada y yo no podía estar ni un poco furiosa. Conocía esas líneas de una carta escrita por Diego para Frida.

- Impresionarias a una chica con un coeficiente intelectual de tipo promedio, eso te quedaría muy bien- digo con su cara a centímetros, intentando hacer que fluyan mis ideas- pero no sé si tu CI no da para más, ¿Cuántas veces tengo que repetirlo, Thomas?

-¿Repetir qué, linda?- dice mirando fijamente mis labios.

- No soy como las demás chicas- y eso era cierto en un millón de formas que a veces lamentaba horriblemente.

- Entonces podría ser más divertido- sonríe y me alejo con eso último.

-No vas a obtener ese tipo de diversión de mi.

Me doy la vuelta y me dirijo a la sala. Oh Indiana, no existe mujer más ingenua que tú, no existe mujer más llena de esperanza. Estúpida, estúpida.

Comienzo a sacar mis libros y tareas por hacer, espero que al menos con esto decida irse, pero por Dios, se trata de Thomas.

-¿Qué estás haciendo?- dice sentándose junto a mi en la sala.

- Necesito estudiar para los exámenes- digo sacando mis apuntes y bolígrafos.

-¿Aún necesitas mi ayuda con mate?- levanta una perfecta ceja.

-Hum, creo que puedo sola.

-Oh vamos, nena. Solo tienes que decir que me necesitas.

Comienzo a hojear uno de mis apuntes intentando ignorarlo por completo pero mi cuerpo grita desesperadamente en su jodida presencia.

-No necesito nada de ti, Thomas.- Me río suavemente pero me siento como una completa desquiciada.

- ¿Estás segura?- arranca de mis manos todas las notas. Ugh que odioso.

-Dame mis apuntes, Thomas. - lo veo con furia pero a él parece solo divertirse, avalanzo una mano en su dirección pero la esquiva demasiado rápido, llevando mis papeles tras su nuca.

Mala suerte con él.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora