XXII

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Era el cuarto día sin tener noticias de Naruko y Shisui había llegado al borde de la desesperación. Se había cansado de esperar a que ella se comunicara o se pusiera en contacto de otro modo. Tenía su número agendado pero no se atrevía a llamarla por temor a un odioso y certero desplante de su parte.

"Ya no deseo verte. Estoy feliz con Itachi"

Dolido ante la idea, Shisui se ajustó el cinturón de seguridad y aguardó pacientemente a que Itachi abandonara el colegio en su vehículo. Se había estacionado en la acera frente a la escuela, semioculto entre el resto de automoviles de los familiares del alumnado.

Había sido toda una proeza deslindarse de sus deberes laborales, pero había conseguido que Fugaku le cambiara el día de descanso. Ahora solo le restaba encontrar a Naruko.

Quizá se trataba de un método estúpido y arriesgado, daba lo mismo. Tenía que encontrarla, verla y estrecharla. Si se limitaba a llamarla para informarse de su paradero, seguramente se portaría esquiva o le mentiría.

Además. ¿Qué ocultaba Itachi?

No era usual que pasara tanto tiempo fuera de casa, y ya nunca hacía mención de su novia frente a sus padres.

¿Estaría ella bien?

Encendió el motor deprisa cuando el automóvil de Itachi empezó a circular por la avenida. Si Shisui estaba en lo cierto, la primera parada de su primo sería para dar aquellas clases particulares a uno de sus estudiantes. Después, con toda probabilidad iría a buscar a Naruko.

Extrañamente el recorrido fue corto y, dónde Itachi aparcó, fue en una área de departamentos bastante derruida. Daba muy mala pinta la zona.

Al seguirle, lo vio subir uno a uno los peldaños y decidió adecuado ocultarse en uno de los pasillos aledaños desde donde pudiera observarle. Pronto Itachi entró al departamento, portando una bolsa plástica de contenido indistinguible.

Si Itachi tenía llave, aquello significaba que no se trataba de un simple alumno más.

¿Acaso le estaba siendo infiel a Naruko?

Sería el colmo de las ironías.

Tuvo que permanecer oculto por casi una hora, limitandose a hilar conjeturas inconexas sobre la relación de Itachi y su estudiante. Cuando finalmente Itachi salió, Shisui sintió el impulso de seguirlo, de no perderle la pista porque seguramente se dirigiría a casa de Naruko.

La sola idea lo enfermaba.

Tenía que adelantarsele, pero cómo.

Abandonando su escondite, sacó el celular del bolsillo de su saco y optó esta vez por llamar a Naruko. No importaba qué excusa tonta y ridícula le diera, aún si era una negativa, él tenía derecho a saberlo. La citaría en algún otro lado y le diría lo de Itachi.

Mantuvo el celular junto a su oído y, cuando la llamada empezaba a enlazarse y él se alejaba hacia las escaleras, algo insólito ocurrió.

Se trataba del tono de llamada del celular de Naruko que resonaba en las instalaciones, más concretamente cerca de dónde Shisui estaba parado.

Poco a poco bajó el móvil y buscó el orígen del sonido. Una extrañeza aún mayor lo envolvió cuando descubrió que se trataba del departamento que su primo acababa de dejar.

¿Era en esa zona tan humilde dónde vivía Naruko?

¿Entonces Itachi había cambiado su itinerario para visitarla a ella antes?

Confundido miró atento su reloj de pulcera. No tenía sentido. Era la hora exacta a la que Itachi se presentaba a las clases particulares.

¿O era mentira?

Desorientado, Shisui cortó la llamada y empezó a aporrear la puerta, primero dos golpes, después varios consecutivos.

Oyó una voz energica que le respondía y de nuevo siguió aporreando la puerta, esta vez con ambas manos.

-Itachi, yo...

Pero lo que Shisui no esperó fue que un jovencito de cabello rubio y semblante extremadamente familiar lo atendiera.

Cuando sus miradas se cruzaron, Shisui notó el pánico esparciendose en la expresión perpleja del chico.

Ojos azules, claros e identicos a los de ella.

Líneas tenues en las mejillas.

Shisui entornó los párpados, al principio confundido y sin caer en la cuenta. Hasta que sus propias manos obraron por inercia al marcar nuevamente el número en su celular.

Dentro del departamento, una vez más, se hizo presente el tono de llamada.

Se fijó en que el muchacho palidecía mucho más antes de abrir los labios.

-Yo, puedo explicarlo...

Beautiful Lies.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora