Un vampiro, un hombre lobo y una atracción que crece tan rápido como la sombra de un asesino que desgarra a sus víctimas sin piedad.
¿Te atreves a dejarte llevar?
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➤ Trilogía: Uniones.
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|Darian Lackner|
Lo único casi destacable del lugar era la presencia de los Haraldsen en él, quienes representaban a la casi realeza de su especie. Una manada tan antigua como la vida inmortal de Alistair mismo, con una sed de poder que los caracterizaba y los definía como antinaturales para las brujas del mundo. O para cualquiera que aún tuviera a los designios de los dioses en un pedestal. Dada su manía de forzar aquella unión tan preciada para los lobos y sacar más de un beneficio con ella
Fuera de ello, Emerald Lake era igual a muchos pueblos que visité en mi largo camino junto a Alis. No tan pintoresco como algunos, pero tampoco tan lúgubre y depresivo como otros. Era solo... un sitio más, cómo podía observar desde mi privilegiado asiento en aquella cutre cafetería. Un lugar que pisaría hasta que Alistair se cansara y que luego, como muchos otros, dejaría atrás.
Me conocía la rutina, y podía contar con los dedos de una mano las veces que esta había cambiado a lo largo de casi doscientos años.
Cualquiera diría que, al tener la inmortalidad a nuestro merced así como aquellos dones que la muerte nos había otorgado, disfrutaríamos cada aspecto del mundo al máximo. Y no mentiría diciendo que no fue así. Al menos el primer siglo juntos, Alis me enseñó que lo que vi primero como una maldición se podía saborear rápidamente como una bendición. Pero pronto, aquella emoción por comernos el mundo ーcasi literalmenteー pasó de ser una hoguera infernal a convertirse en la simple llama de una vela.
Una que por momentos podría aumentar lo suficiente como para hacerse notar, como también podía tambalearse hasta apagarse.
¿Mi llama? Bueno, supongo que, como Alis decía, solo estaba en ese año de la década en donde hasta la sangre me sabía rancia y el aire demasiado envenenado por siglos de contaminación humana.
