Un vampiro, un hombre lobo y una atracción que crece tan rápido como la sombra de un asesino que desgarra a sus víctimas sin piedad.
¿Te atreves a dejarte llevar?
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|Killian Haraldsen:|
La semana después del fiasco llamado fiesta había ido con normalidad.
No hubo un nuevo cadáver que vengar o pistas sobre el asesino de Samuel Morrison, Oliver no fue tanto un grano molesto y se ocupó de sus propios asuntos y mi madre había estado tan ocupada en la ciudad que apenas la había visto. En resumen, podría decir que, en perspectiva de lo mierda que habían sido los anteriores días, aquellos que vinieron después de que el mosquito y yo nos confesamos el uno al otro de una extraña manera, habían sido casi, solo casi, perfectos.
Porque aún tenía miedo de él.
Miedo de lo que me hacía sentir y de lo errático que me volvía en su cercanía. Miedo a que todo solo estuviera en mi cabeza cuando había claras señales de que él también estaba perdiendo la suya. Y a menos que estuviera actuando una sátira muy cruel, eso me aliviaba al punto que incluso a la vez me asustaba.
Pero me había prometido a mí mismo no buscar respuesta a su existencia. El intento solo estaba plagado de caminos vertiginosos e inconclusos que, sinceramente, lo que me quedaba de sanidad mental no tenía ganas de soportar. Así que mi nueva regla, más seria esta vez, había sido disfrutar a Darian, no pensar sobre él.
Convirtiendo al mosquito en el único punto ciego que me permití tener.
El resto de mis problemas eran más serios —y no tan placenteros— en comparación. Como por ejemplo...
—Calliope —gruñí contra la puerta de uno de los cubículos del baño de chicas.
Sí, no debería estar allí. Pero después de que a mi mejor amiga prácticamente le hubiera dado un ataque de carácter psicodélico en medio de matemáticas, las reglas escolares y morales me importaban poco.
La escuché devolver su desayuno dentro del retrete y el pequeño sollozo estrangulado que salió de su garganta estrujó mi corazón. Una de las razones por las cuales la semana anterior no había sido perfecta fue el estado de la bruja. Sabía que su abuela la estaba preparando para Oliver y para mi madre, enseñándole aquello que estaba prohibido para los de su clase pero que mi familia, al parecer, necesitaba más que nada. La había visto demacrarse de a poco, ocultar profundas ojeras bajo un montón de maquillaje y su dolor bajo vendas en sus muñecas que se mancharon de carmesí con demasiada facilidad.
Llegué a preguntarme cuánto dolor tanto físico como mental debía aguantar para cumplir con lo que mi familia le exigía o, en realidad, cuanto estaba yo dispuesto a dejar que aguantase. Aquella mañana, había llamado a Zach para preguntarle si aquella sorpresa que había dicho que tenía para mí ya estaba lista. La única respuesta que recibí del brujo fue un sticker de un gato durmiendo en el suelo.
