Un vampiro, un hombre lobo y una atracción que crece tan rápido como la sombra de un asesino que desgarra a sus víctimas sin piedad.
¿Te atreves a dejarte llevar?
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➤ Trilogía: Uniones.
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Por un momento el mundo entero se detuvo.
El ambiente se había helado hasta el punto en que sentí cómo mi ser entero se estremecía por el frío fantasmal que de pronto nos envolvía, mientras el grito aún retumbaba en el fondo de todos los presentes.
Nadie respiró.
Nadie se movió.
Hasta que la luz volvió y un segundo grito cortó el ambiente cuál cuchilla, para luego dar sitio a otro, y a otro.
Compartí una mirada con una congelada Callie antes de que todo el mundo comenzara a correr hacía un mismo sitio. Ya que como si la ubicación exacta de la desgracia se nos hubiera compartido a todos en el mismo momento, los presentes en el estacionamiento se dirigieron hacia un punto en concreto. También los que habían salido del campo de juego.
El viento trajo consigo el aroma metalizado de la sangre y este lo inundó todo. Sorteé a mis compañeros sin pedir disculpas por si me llevaba a alguien por delante, sintiendo mi corazón bombear con fuerza dentro de mi pecho mientras oía más gritos, alguien chillando por una ambulancia y un sinfín de sollozos horrorizados.
Una chica de cabello negro se cruzó en mi camino, casi cayendose sobre mí. El aroma de la sangre era más fuerte de pronto y, cuando quise fijarme mejor, ya se había perdido en la multitud que me rodeaba.
La desesperación en el aire era tanta que me estaba asfixiando y cuando creí que sólo cedería y caería en mi sitio, la marea me había arrastrado hasta el punto que pude tener mi primer plano.
Y mi corazón detuvo su galope de una forma abrupta e insana.
Mis oídos pitaron, mis ojos ardieron y de mi garganta salió un sonido parecido a un gorgoteo ahogado. Porque justo frente a mí, el mar carmesí solo rodeaba y hacía de foco para la imagen que sabía me perseguiría en mis pesadillas por los próximos meses. Y no solo a mí, sino a todos los presentes.
-¡Killian! -la voz de Tristan se alzó por sobre los demás y en un milisegundo la imagen del cuerpo casi mutilado fue obstaculizada por la de mi primo.
El moreno estaba vestido con su uniforme del equipo, aunque sin el casco. Sus ojos oscuros se centraron en los míos, turbados y horrorizados como los míos, mientras sus manos me sostuvieron con fuerza de los hombros, como si creyera que iba a desfallecer en aquel mismo instante o a salir corriendo.
A lo lejos, oí gritar a Finnick ordenando a todos que se alejaran del cadáver, así como las sirenas de las ambulancias y patrullas que habían llegado casi al rescate. Aunque era tarde.
