Un vampiro, un hombre lobo y una atracción que crece tan rápido como la sombra de un asesino que desgarra a sus víctimas sin piedad.
¿Te atreves a dejarte llevar?
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|Unos días antes|
|Killian Haraldsen|
El sonido de las gotas solitarias que caen de la ducha mal cerrada es todo lo que oigo. Y ni siquiera una dormida y ebria Callie puede sacarme de aquel trance al cual yo mismo me zambullí. Como si no existiera nada más en el universo, mi cerebro había decidido que las gotas eran las únicas dignas de su atención. Buscando de alguna absurda manera ignorar todo lo demás, al menos conseguir un breve momento de tranquilidad en donde todos mis sueños no se estuviesen derrumbando.
Y, cabe aclarar, no lo estaba logrando.
Porque como piezas de un castillo de cartas, veía cada plan que tenía para mí ir cayendo uno por uno desde el más alto hasta el más bajo. Creando un efecto dominó, en donde la muerte de uno solo empujaba a la muerte del otro.
Y yo no podía hacer nada para detenerlos, para intentar salvar aunque sea aquella rustica base que había creado a los nueve años. Era como si los dioses me miraran desde sus altares y me dijeran, uno por uno, que había perdido. Que en realidad jamás tuve la oportunidad de ganar.
¿Plaza de estudio paleontológico en alguna universidad cutre y pérdida? ¡Pum! Olvidalo, Killian.
¿Recorrer el mundo lleno de tierra centrándome más en el pasado que en todo lo demás? ¡Ja! Como si tuviera tanta suerte. La única conexión que tendría con ese sueño sería buscar piedras hundidas en el fondo del lago subterráneo de Emerald.
¿Hacer cualquier cosa opuesta a lo que mi manada me había designado hacer? Bueno... el suicidio aún era una opción. Pero otro tipo de escape de aquella infeliz realidad era incluso imposible de soñar. Más ahora, cuando el temporizador ya había llegado a cero y su único objetivo era decirme que ya se acabo mi tiempo.
Que ya era hora de que entendiera que jamás se trató de lo que yo quería, sino más bien lo que la manada necesitaba.
Herederos.
¿El problema? Que mi madre me perdone pero lo último que deseaba yo hacer en este mundo era engendrar pequeños de mal genio como lo éramos ella y yo. Y más con una desconocida que únicamente veía como la cómplice del robo a todo lo que alguna vez desee.
Y aunque no quería sonar como un despechado total y con aires de ser el típico depresivo flacucho de instituto, no podía evitarlo ahora. Más aún con tanto alcohol encima.
Parpadeé, intentando enfocarme en algo más que en las gotas y en mi desgracia, oyendo a lo lejos como una adormilada Callie murmuraba algo sobre odiar a alguien. Ciertamente, el nombre que brotó de sus labios fue ininteligible para mí afectada cabeza.
