Epílogo

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Calma

El mar rompe contra las rocas, duro y áspero, hasta violento. Pero de alguna forma me conforta el sonido que hace al chocar. Supongo que quizás solo no quiero volverme loco, y cualquier sonido me distrae de mis propias cavilaciones, últimamente le tengo mucho miedo a mi cabeza.

El pantalón de tela es cálido, pero para los -9 grados que hay no ayuda mucho a mantener calor. Además, la arena húmeda ha hecho que se empape.

Una ráfaga de viento helado me golpea en el rostro junto a un montón de arena, mi cabello vuela por todas partes, es un desastre. Trato de quitarme los mechones de la frente, pero es inútil, está demasiado lago. ¿Cuándo fue la ultima vez que lo corté? Casi esta por llegar a mis hombros.

El tiempo ha sido tan extraño.

De vez en cuando me pongo a indagar un poco en el pasado, a recorrer aquellos días donde todo era normal, a pensar en el mundo que destruimos, en lo podrido que estaba. Analizar todo en perspectiva me ayuda a completar mi fase de aceptación en el duelo. Han pasado años, pero cada persona experimenta su proceso de forma distinta, ahora estoy en ese punto donde pienso que todo pasó por una razón, y está bien, supongo que las cosas están donde deben estar.

Aun así, hay días donde me siento asfixiado, agobiado. Pensar tanto tampoco ayuda, y cuando lo hago me aterra el mundo. Es porque me siento tan diminuto en él, como una minúscula partícula de polvo en medio de la infinidad del universo.

Es aterrador prensar que estas solo.

Agradezco al destino que al menos me permitiera mantener mi cordura hasta ahora. Sigo contando los días, incluso hago mis propios calendarios. Según mis cuentas, y aunque el tiempo me mantenga congelado, hoy cumplo veintisiete años.

No recordaba la fecha de mi nacimiento, en algún momento simplemente lo olvidé, como lo olvidé todo lo que no era relevante. Sin embargo, así como se fue, de repente un día sin previo aviso, volvió.

He de decir que mi persistencia es admirable, pero no es gracias a mi voluntad de hierro a la que le debo el honor de seguir vivo. Tengo razones, motivos. Siempre los he tenido, sin ellos, bueno, sin ellos creo que no habría llegado tan lejos.

—¡Papaaaaá!

Suspiro y el aire vuelve a despeinarme.

—¡Papaaaa! ¿Dónde estás?

Observo la inmensidad del océano, azul, infinito. Escucho los diminutos pasitos corriendo tras mi espalda.

Es hora de regresar.

—¡Papá! ¡Mira lo que encontré en la playa! —la pequeña llega corriendo a mi lado y comienza a saltar mostrándome algo.

Sonrío y me agacho a su altura. Sus ojos me sonríen, son idénticos a los míos.

—Veamos ¿qué tienes ahí?

Ella sonríe de oreja a oreja y me extiende su mano.

Una bailarina de alguna caja de música debió desprenderse y ahora yacía despintada y sin un brazo en las manos de mi hija.

Vaya.

—No sé qué es —dice—pero sé que es bonito, igual que papi.

—¿Estas diciendo que yo no soy bonito?

—Papá, eres guapo, papi es bonito, como una de estas— señaló a la bailarina.

—¿Quién te enseñó eso eh? ¿No deberías estar en casa estudiando? —le digo levantando una ceja, ella hace una mueca.

ÉXODO (Apocalipsis II)- KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora