Alejandro
Estoy sentado en mi sofá, hablando con mi abuela por teléfono.
"¿Y tú que tal estás cariño?"
"Yo bien, normal... ¿y mamá?"
"Tu madre está muy bien... pero he pensado en que vengas a cenar algún día con nosotras dos."
"Abuela... ya sabes que por mi bien."
"Tu madre también quiere, y hace mucho que no te veo, así que no tienes escusa."
Hablamos unos minutos más, y al final me convenció para que fuera, sería hoy, mi abuela no hace planes con mucha antelación, pero tampoco acepta un no por respuesta. Me vestí con unos tejanos anchos, y una sudadera ancha, me miré en el espejo dudando si cambiarme o no, al final salí a la calle así.
Salí de mi casa y me monté en la moto que tengo en el mini garaje de mi casa. Vale, tengo moto, pero no coche, Ana no me pidió que especificara. Decirle que no tenía coche era la mejor excusa para que me recogiera todos los días.
Llegué a la puerta principal de un piso que tiene cuatro plantas, y entré, subí por los escalones hasta el primer piso, y llamé a la puerta de un color negro con una placa con el número "2". Esperé unos segundos y una mujer mayor de unos ochenta años me abrió la puerta, mi abuela.
- Hola, ¡cuánto has crecido! – dijo mi abuela abriéndome la puerta y acercándose a mi mejilla para besármela.
- Hola – dije devolviéndole los dos besos.
- Hola – dijo alguien cortante sentado en el sofá, mi madre, una chica rubia de pelo liso, como podéis imaginar, muy diferente a mí.
- Te he traído un regalo – dijo levantándose del sofá y mirándome a los ojos – te lo daré en la comida – simplemente asentí, a lo mejor quiere arreglarlo, quiere conocer a su hijo...
La comida trascurrió bastante agradable, con mi abuela intentando sacar temas de conversación para que no hubiera un silencio absoluto por nuestra parte. La comida estaba deliciosa, como siempre. Mi abuela cocina de la hostia, nunca me canso de comer lo que cocina, aunque sea una sopa, ella hace que sepa espectacular, y creo que eso es cosa de abuelas. Mi madre no cocina muy bien, sin embargo, mi padre sí que lo hacía, cocinaba muy bien...
En medio de la comida, mi madre sacó una pequeña caja de su bolso y me la tendió, yo la cogí y levanté la mirada hacía ella, en modo de pregunta, para preguntarle con la mirada si debía abrirlo, asintió, por lo que bajé la mirada hacia la cajita. La abrí y no lo pude creer, unas lentillas, marrones. Di un golpe en la mesa con el puño cerrado y la miré con decepción, y, flipando, me dirigí a la puerta. ¿Cómo pude pensar que había cambiado? Me culpé, pero después sacudí mi cabeza. ¿Qué cojones le pasa a esta mujer?
- Ven hijo – mi abuela me dijo tratando de alcanzarme.
- No abuela, ella no me quiere y punto, te llamo luego, para venir a verte, pero solos – recalqué esas últimas palabras para que le quedara claro que, hasta que mi madre dejara de insinuar esas cosas y de hacerme sentir mal, no la visitaría. Pero mi abuela no tiene culpa de nada.
Me monté en mi moto y llegué a mi casa, lo único que quiero es llorar la verdad, no os voy a mentir, me sienta mal, porque mis ojos son un gran complejo que tengo, y me da igual que me lo diga cualquier persona, pero mi madre... debería darme igual también, y lo estoy intentando... abrí la puerta y está sentada en el sofá. Debería ser muy obvio que tengo ganas de llorar, seguramente tengo los ojos rojos.
- ¿Qué te pasa? – dijo acercándose a mí y agarrando mi cara con sus manos.
- Nada – dije como pude - ¿Cómo cojones has entrado? – dije dándome cuenta de que la morena estaba sentada en mi sofá hacía unos segundos, y yo no le di la llave en ningún momento.
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Mi querido accidente (COMPLETA)
RomanceDos estrellas que son demasiado brillantes como para estar con luces apagadas. Solas brillan, pero juntas alumbran tanto que la oscuridad de los demás deja de importar, y la oscuridad en ambos corazones empieza a sanar. "Dos almas no se encuentran...