Capítulo seis: Una damisela en peligro

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—Ah, ¡qué bien dormí

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—Ah, ¡qué bien dormí...! —chilló (Tn) suspirando sonriente, a la vez que estiraba los brazos y las piernas.

Se removió emitiendo un suave sonido de confort. Giró hacia su lado izquierdo. Sonrió como tonta cuando se encontró con el rostro de Ace que todavía dormía.

Estaban en posición contraria al otro, de frente, con las caras a pulgadas de distancia.

Fijó la mirada en las pecas de Ace. Le parecía que le daban un toque bastante aniñado a pesar de que éste le dijo que tenía veinte años.

Ensanchó más su gesto pensando en que eso lo volvía aún más lindo. Sí. Ace era lindo ante sus ojos. Más que eso, le resultaba un ser perfecto físicamente hablando.

Se quedó observándolo por un rato más, antes de ponerse de pie para aprovechar la poca luz que el nublado día ofrecía. Caminó en silencio hasta lograr levantar con cuidado la tapa de madera que resguardaba su pequeño camarote, y la dejó abierta para tener un poco más de iluminación.

Determinó que el diminuto espacio necesitaba una buena limpieza.

Vio la pequeña mesa de madera próxima a las escaleras a su lado izquierdo; la ventana redonda de cristal junto a la puerta del retrete, y la cama en el fondo a su extremo derecho, en cuya orilla se apreciaba la vieja mesa auxiliar. Elevó la mirada y notó telas de araña. Todo lucía polvoriento y abandonado.

Ya que desde la noche anterior empezó a usar ese sitio para dormir... más valía que le hiciera los arreglos necesarios. No se llevaba bien con el desorden y la suciedad.

Entrelazó los dedos de las manos cuyas palmas colocó hacia el frente para crujir desde los índices hasta los meñiques.

Cogió los restos de tela que dejó cuando hizo su ropa interior y productos femeninos provisionales, y subió a la cubierta para empaparlos con agua del mar.

Comenzó a tallar con mucho empeño primero la mesa sobre la cual descansaba la lámpara de aceite, y después la auxiliar que se situaba al extremo derecho de la cama.

Tenía que subir y bajar las escaleras constantemente para ir a lavar los restos de tela que usaba como estropajos.

Abrió la única gaveta de la mesa auxiliar, y encontró una alargada caja de metal que contenía algunas velas. Continuó limpiando, y cuando movió la cama para sacudir las sábanas y así volver a ordenar, notó que en la esquina se hallaba un pequeño cofre el cual se dispuso a abrir.

Dio gracias al cielo cuando encontró algunas viejas barras de jabón usadas; se contentó porque eso le serviría para lavar su vestido, su ropa interior, y también, para darse una merecida ducha después. Esperaba que esa noche lloviera nuevamente.

QUÉDATE CONMIGO ━━ [FINALIZADA] 《24》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora