Décima Nota

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— Duele como el infierno — Sirius masculló mientras masajeaba su abdomen e intentaba acallar los pequeños quejidos que parecían querer escapar a través de sus labios.

Después de entrar al castillo, Remus le dijo que iría a ponerse el uniforme y algo que le abrigara para después desaparecer rápidamente entre los pasillos sin siquiera esperar una respuesta suya.

Sirius, que había sido abandonado en el salón de entrada, se recompuso lo mejor que pudo y caminó hacia la biblioteca. En el camino saludó a algunas personas que conocía y elogió a un número menor de señoritas, pero al llegar a las puertas de ese gran salón guardó silencio por unos segundos. De su bolsillo tomó el espejo que había utilizado esa mañana y lo colocó frente a su rostro. 

Tomando una respiración profunda que incluyó una dosis de dolor, en el rostro de Sirius se dibujó una sonrisa amable y atrevida, esa mueca se sintió tan natural que hasta él mismo se espantó. 

— Señora Pince, buenos días — Al ingresar saludó a la bibliotecaria, que se encontraba revisando los libros que otros estudiantes habían devuelto, mientras modulaba su voz.

Inclinó levemente su cabeza y se dirigió al lugar que últimamente solía ocupar con mayor frecuencia, no sin antes pasear por algunos pasillos de la biblioteca, tomando libros que creyó, le servirían.

Al sentarse en la mesa, el pelinegro miró el asiento situado frente al suyo. En su rostro se dibujó una sonrisa amarga y luego viró el rostro. El gran ventanal mostraba un paisaje níveo y solitario. 

Sirius sintió frío... frío y melancolía. 

Estaba triste sin razón, pero deseaba no estarlo. 

Extrañaba a sus amigos, a James. 

¿Qué no daría por volver al pasado?

Sirius se sintió estúpido, si tan solo aquella tarde hubiera accedido a lo que James le pedía, la situación no sería muy distinta a la actual. Tardes normales sin molestar a nadie, sin jugarle bromas a Snape, pero al menos seguiría al lado de James; Remus y Peter tampoco tendrían por qué sentirse incómodos. 

La discusión había sido culpa suya. 

Tomó un libro de los que tenía en la mesa y se dispuso a leerlos.

Entre línea y línea, el pelinegro notó algo quizá más importante. ¡De hecho no recordaba nada de lo que acababa de leer! 

Frunció el ceño y cerró el libro, luego volvió a abrirlo y gruñó. Su concentración no estaba para él ese día. 

El animago observó a su alrededor y luego juntó las sillas. Apoyando la espalda en la pared, decidió que era un buen momento para descansar un poco los ojos. 

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Severus paseó nerviosamente por el pasillo de la sección de pociones, ojeando los nombres de los libros con rapidez, desechando los de aquellos que ya había leído y considerando los títulos que se le hacían menos familiares. 

Ajetreado como estaba, palpó su bolsillo. 

Un objeto rectangular no muy grande ni muy pequeño se marcó allí. El pelinegro observó de reojo, la culpa y ansias le llenaron. 

Quería leer.

Apartó la mano y la estiró, sacó un libro cualquiera, y presurosamente emprendió la marcha hacia el asiento que había autoproclamado "suyo".

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⏰ Última actualización: Mar 18, 2022 ⏰

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La libreta de un merodeadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora