Capitulo Treinta (Parte I)

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Caleb:

El olor a sangre que recubría mis manos y parte de mi ropa era completamente asqueroso. Por mucho que había intentado no manchar mi atuendo con el líquido color vino, había resultado una tarea imposible. La lluvia caía con fuerza y nosotros estábamos en lo que había sido la gran casa de huéspedes. Que ya no era más que un terreno vacío y lodoso por el agua que se escurría de las nubes.

—Este es el último. —Víctor puso su pie encima de la pala que utilizó para enterrar los cadáveres mientras la lluvia golpeaba su cuerpo sin intenciones de cesar—. Ya podemos volver adentro, ¿no? Siento que me congelaré en cualquier minuto.

La imagen de nueve montones de tierra junto a restos de madera hecha cenizas, parecían sacados de una película de terror de esas que transmitían por HBO cada domingo. Me limité a asentir ante el comentario de mi compañero y me di la vuelta para caminar a la mansión lo más rápido que pude.

— ¿Dónde diablos está Malcom?—espetó sin ánimos de callarse.

—Yo que coño sé—respondí con sequedad.

—Se hizo el listo y esquivó el trabajo sucio esta vez—soltó con molestia.

No respondí. Aumenté la velocidad de mis pasos y logré dejarlo unos metros detrás. Solo quería ducharme y separar de mi piel el putrefacto olor de la sangre, la tierra, la muerte y todo lo que ocurrió esa noche.

Logramos eliminar a todos los que se colaron en la propiedad, y descubrimos también que cada uno de los intrusos pertenecía al clan de Ludovick, mi futuro suegro. La idea de ese viejo verde siendo parte de mi familia me provocó una sonora carcajada que callé al instante al darme cuenta de que estaba a punto de perder la poca cordura que me quedaba.

Primero muerto antes de aceptar un matrimonio con la hija del hombre que había mandado a buscar la cabeza de mi padre en una bolsa negra. Me pensaba cobrar cada una de las afrentas hechas al apellido de mi familia. No me importaba si con ello rompía la promesa que le había hecho a mi madre muchos años atrás. Yo quería ser un hombre de bien, huir y no pertenecer a este círculo de odio que tanto amaba mi padre. Pero la mayor parte del tiempo no obtenemos lo que queremos, muchas veces depende de las decisiones de terceros, que terminan afectándonos de por vida.

Pensar en mi madre me provocó el impulso de preguntar por ella. De quererla ver. Su recuerdo comenzaba a hacerse borroso y yo seguía siendo ese niño que cada noche extrañaba la presencia de su mamá.

Me adentré a la mansión por la entrada del jardín y justo antes de correr escaleras arriba hacia mi habitación, vi a la fierecilla—ahora mi prima—, sostenida del hombro de la pelirroja de servicio mientras caminaban rumbo a las habitaciones de los empleados.

Su mirada se cruzó con la mía por un instante y pude notar la desesperación que emanaba de sus ojos. Con agilidad hice un repaso visual de su cuerpo y quedé totalmente sorprendido al darme cuenta de que ella estaba completamente llena de sangre, como yo. La sorpresa al verla como estaba me dejó mudo. Me sentí inútil y la necesidad de saber que estaba bien me hizo reaccionar. Pero para cuando eso ocurrió, ya era demasiado tarde. La chica que iba con ella cerró de un portazo la puerta que separaba sus habitaciones con el resto de la casa.

Quise acercarme para ir a preguntar, pero la voz dentro de mi cabeza me detuvo. No habían pasado tres horas desde que amenazó con matar a mi hermana. No debía sentir ni un ápice de preocupación hacia ella.

—Caleb—llamó mi padre desde el final de las escaleras en el segundo piso—, a mi despacho. Ahora.

Subí de dos en dos los escalones y lo seguí sin chistar. Toda la alfombra que adornaba el centro del corredor se había arruinado con la sangre producto de los disparos que les propinamos a los intrusos. Muy pocos ventanales estaban sanos, la mayor parte de ellos estaban reducidos a diminutos trozos de cristal pegados a la madera. De la impoluta mansión habíamos pasado a lo que parecía una casa embrujada.

Sin Retorno [Completada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora