Capítulo Quince

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Caleb:

El tren de juguete corría por las vías de plástico esparcidas en el suelo, haciendo su común sonido de locomotora antigua. Este, sobre todos los demás, era mi juguete preferido. Me encantaba imaginar que era yo el que conducía ese gigante de vapor por las grandes líneas ferroviarias de Europa, llevando un gracioso sombrero de color negro, silbando y disfrutando del viento, tal como lo hacía Mickey el ratón al inicio de las caricaturas de Disney.

Ya había aprendido a silbar. Había aprendido yo solo, puesto que papá no tenía tiempo para enseñarme. El mantenimiento de los viñedos lo tenía muy ocupado últimamente y casi no venía a jugar conmigo. Mamá, sin embargo, pasaba mucho tiempo conmigo y eso me gustaba.

Ella me contaba muchas historias sobre el continente América del Sur. Incluso me prometió en una ocasión que iríamos de viaje por varios países de esa región y que sería pronto. Pero no podía contarle nada a papá, porque era una sorpresa. Papá se pondría muy feliz.

—Pequeño —escuché su voz y me giré de inmediato para encontrarla de pie en la puerta de mi habitación —. Ven conmigo.

La seguí por el amplio pasillo de la segunda planta hasta las escaleras que daban al patio trasero de nuestra casa.

—A papá no le gusta que caminemos por aquí —comenté jalando el borde de su vestido de flores moradas.

—Papá no tiene por qué saber que estamos aquí —acarició mi rostro con una de sus manos —. Es nuestro secreto, ¿vale?

Asentí en señal de confirmación y continué caminando en silencio. Bajamos las escaleras y mamá me hizo un gesto con el dedo para que guardara silencio. Varios hombres pasaron a pocos metros de nosotros, pero no nos vieron. ¿Acaso estábamos jugando a las escondidas?

Al cabo de unos minutos, mamá tiró de mi brazo y reanudamos la marcha, aun en silencio, hasta el fondo del jardín. Esta parte no la conocía, nunca había jugado aquí. A los pies de un gran árbol, ella se sentó y me invitó a imitarla.

—Escúchame bien, pequeño —sus ojos claros no se separaban de los míos —, ya eres un hombre grande, por lo que puedo confiarte una misión muy importante, ¿cierto?

— ¿Vamos a jugar a los espías? —Interrogué emocionado.

—Sí, vamos a ser agentes secretos por una noche.

Aplaudí preso de la algarabía que me producía aquella faena.

— ¿Y cuál es nuestra misión?

Levantó mi cuerpo para sentarme sobre sus piernas y me abrazó. Siempre olía a rosas recién cortadas, frescas y exquisitas.

—Debemos escapar del malvado.

— ¿Del malvado? ¿Quién es él?

Demoró un poco en responderme y eso me inquietó. Me removí para quedar de frente a ella al tiempo que comenzaba a hablar.

—Papá.

Aquella declaración me hizo mucho más feliz. ¡Padre jugaría con nosotros!

—Pero, hay una regla que no se puede romper, sino perdemos —volvió a hablar —. Y no queremos perder, ¿verdad Caleb?

—Por supuesto que no, mamá — negué repetidas veces con la cabeza —. ¿Cuál es la regla?

—No podemos hablar de nuestro juego con nadie —su rostro se puso serio —, ni siquiera Melodie lo puede saber. Como agentes secretos debemos mantener silencio total en nuestras misiones. Debemos cuidarnos y evitar que el malvado descubra que pensamos escapar.

Sin Retorno [Completada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora