Capitulo Treinta (Parte II)

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Malcom:

Dejamos la mansión detrás, aún con la lluvia cayendo torrencialmente. Distribuidos en grupos de a cinco personas en siete camionetas, fuimos todos por calles distintas para no llamar demasiado la atención. Parecía que partíamos a la guerra, cargados de armas y protegidos con los últimos artefactos que resguardaran nuestra seguridad personal.

En mi camioneta iban: Víctor de copiloto y otros tres guardias conmigo al volante. Nadie decía una sola palabra. Tampoco es que hubiese ánimos. Luego de lo ocurrido horas antes en la casa, más que un ajuste de cuentas, todo indicaba que íbamos hacia un suicidio colectivo.

Para nadie era un secreto que Ludovick Garsolli era una personalidad más influyente que Pierre. Si bien mi jefe tenía más alcance económico, era un novato todavía en el mundo de la mafia. Veinte años no eran nada, comparados con los casi cincuenta que tenía Ludovick en el negocio. La vejez en el sector lo dotaba de muchos contactos y todos con vasto poder, para protegerlo a él y a tres generaciones más de su familia.

Aunque eso no era algo que me preocupara. Daniel tres días antes me había dado instrucciones claras del orden en que se desarrollarían los acontecimientos. Todo estaba fríamente calculado: la intrusión en la villa de los Lavaux no era más que el resultado de un arduo trabajo de manipulación que Daniel había ejercido sobre Ludovick, con un poco de mi ayuda, claro está. Fui yo quien le dio las armas para detonar la ira del poderoso negociante al revelar que su queridísima esposa —la hermosa Vivianne— había sido la dama de compañía de Pierre en Bali.

De hecho, le estaba haciendo un favor a Caleb. Al estallar la desgarradora noticia de la infidelidad de su futura suegra con su padre —que traía fotos incluidas—, Ludovick mandó bien lejos a su esposa —un triste daño colateral— y ordenó que le trajeran la cabeza de Pierre en una bolsa oscura. Algo que este último desconocía.

Estábamos claros de que al recibir la afrenta, mi jefe respondería de esta manera: con un sanguinario contraataque. A Pierre poco le importaba quien falleciera. Hijos, padres, abuelos, nada interesaba al magnate. Desde el día en que se firmaba el contrato que te acreditaba como parte de su ejército, tu alma dejaba de ser tuya y pasaba a estar puesta a su nombre. Era una especie de deidad que decidía cuanto vivías y de qué forma morirías. Y era otro de los motivos por los cuales lo aborrecía.

Muchas veces me había preguntado qué hacía aún en esa casa. El porqué de no haberme ido apenas tuve la oportunidad. No había respuesta o al menos no una que yo pudiese explicar de forma clara. Un estúpido sentimiento de lealtad me mantenía pegado a ese hombre, supongo que era el resultado de haber crecido bajos sus órdenes. También estaba el hecho de dejar sola a mi madre, que si bien había sido más madre de Caleb que mía, todavía me corría por las venas y necesitaba cuidarla.

—Estamos a doscientos metros de la entrada principal. —Escuché la voz de Caleb por el audífono del intercomunicador—. Reporte su posición.

—Me encuentro a tres kilómetros del lugar—respondí tajante.

Mi grupo había salido de último y nos había tocado el trayecto más largo. De ahí la causa de mi demora.

—Bien, ya sabes que debes hacer.

No respondí. No tenía por qué hacerlo cuando conocía de sobra las órdenes que se me habían dado: debía bordear la mansión y dejar la camioneta seiscientos metros antes de la verja de la salida trasera. Mi equipo entraría por allí. Seríamos el elemento sorpresivo que inmovilizaría a Ludovick y su gente.

Aumenté la marcha y en menos de tres minutos ya me encontraba descendiendo del vehículo con mis compañeros detrás.

—Tengan listas sus armas. Se puede abrir fuego en cualquier momento—indiqué en voz baja, caminando de primero.

Sin Retorno [Completada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora