Capítulo 3

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Rhode Island, anochecer

Rachel Stone

A los seis años mi padre intentó enseñarme a andar en bicicleta, digo "intentar" porque soy una persona sumamente torpe, y en verdad fue muy complicado, se supone que es una actividad que todos los niños - o al menos la gran mayoría- aprenden sin mayor complicación, y como habitualmente sucede, yo era la excepción a la regla.

Caía, me raspaba las rodillas, estuve a punto de arrollar a personas e incluso me estrellé contra un árbol, y pese a llevar casco, obtuve una contusión cerebral. Papá me animaba a continuar, hasta que una tarde le confesé con lágrimas en los ojos que me aterraba la idea de hacerlo. Aquella sensación estando sentada tratando de no perder el equilibrio mientras obligatoriamente debes conducir hacia una dirección, y no olvidemos lo importante que es vigilar que vayamos a lastimar a alguien en el camino. Eran demasiadas cosas que debía hacer al mismo tiempo.

Y era muy frustrante, ver como algo que para todos era sencillo, a mí me costaba el triple, y sin importar el esfuerzo que pusiera, no podía. Mi padre pareció comprenderme, y recuerdo que dijo que cada persona tiene un proceso distinto para la vida, quizá el momento en el que pueda andar en bici sea más adelante, y eso estaba bien. Él siempre fue muy comprensivo conmigo.

Me hace tanta falta un poco de esa comprensión en estos momentos. Ahora mismo me siento exactamente como cuando estaba aprendiendo a ir en bici: perdida, a la deriva y muy desconcertada. Con constante temor de que todo se vaya al diablo, asustada de lastimar a otros, o a mí misma. A punto de perder el control, y sin saber exactamente a dónde ir.

Era incluso irónico, como el desastre en el que se había convertido mi vida calzaba a la perfección con mi experiencia manejando bici. Y cada vez la situación era peor. Había subido a un carrusel del cual no podía bajar.

Hablaba un promedio de diez minutos diarios con Dylan, básicamente sobre el trabajo, la universidad y lo bien que le iba en su viaje; Matt y yo por suerte pudimos tener una conversación más fluida tras meses de escuchar mensajes de voz; aunque el motivo no era el mejor de todos: Luke Hamilton.

Sí, mi fuerza de voluntad decidió irse de vacaciones junto a mi dignidad sin fecha aparente de retorno, pues las conversaciones entre nosotros eran cada vez más frecuentes, al punto de convertirse en parte nueva de mi rutina diaria: desde un simple "buenos días", contar cada cosa que sucedía, enviar fotos de nuestros almuerzos, canciones antes de dormir... era como si el tiempo se hubiera detenido y otra vez tenía dieciséis años.

Olvidaba lo sencillo que era todo con Luke, mi cerebro se había encargado de eliminar muchos de los buenos recuerdos, dejando exclusivamente la amargura y dolor... Escribí un maldito libro sobre nosotros, pero olvidé lo feliz que fui junto a él alguna vez. En apenas unas pocas semanas este chico logró introducirse en mi mente sin el menor inconveniente.

Matt cree que se debe a la ausencia de Dylan, sumado al repentino zumo de decepciones en el que se estaba convirtiendo mi vida, y Luke representaba a mi pasado, a aquellos momentos en los que me sentía contenta, cuando tenía tantas expectativas altas sobre mi vida adulta, y soñaba con salir de Ryalville. Puede que no signifique que todavía estoy enamorada de él, simplemente mi mente lo asocia con recuerdos felices y un pasado que supera por mucho al presente.

Cada vez sentía más culpa, pues de alguna forma le estaba siendo infiel a Dylan, al menos mi cerebro lo interpreta de esa manera, si no fuese algo malo no tendría que hacerlo a escondidas, y mucho menos tendría esa opresión en el pecho aquellos diez minutos diarios en los que hablamos, y le miento cínicamente diciéndole que todo está bien.

Y fue en ese preciso instante, donde mi torre de naipes tambaleó y se desplomó sobre el suelo.

Parecía ser un día como cualquier otro, en el que cumplo la misma rutina que odio con mi vida, pero me veo en la obligación de continuar para costear mis cosas, viva la adultez.

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