Capítulo 8

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Ryalville, amanecer

Luke Hamilton

23 de septiembre de 2013

Vierto un poco de polvo blanco sobre uno de los billetes que tenía guardados dentro de mi pantalón, y lo acomodo cuidadosamente con mi tarjeta de crédito en una línea fina lista para disfrutar. Enrolo otro billete antes de inhalar. El conocido ardor se hace presente, seguido de una de las mejores sensaciones de mi vida. Y es que la cocaína se había convertido en lo único que me impedía aventarme de un barranco o estrellarme contra una gasolinera. Mi estabilidad y motivos para continuar con esta basura llamada vida, dependían plenamente de una mierda que prometía acabar con mi existencia lo antes posible.

Era una batalla diaria e incierta, ¿quién sería el encargado de ayudar a Luke a reprimir sus sentimientos esta vez? Opción A: Falsos amigos que sólo desean aprovecharse de mi dinero y popularidad, que, dicho sea de paso, no tengo idea cómo obtuve, pues no soy precisamente la persona más amigable del mundo; Opción B: Drogas; Opción C: Alcohol; Opción D: todas las anteriores.

Me percato de la hora en mi teléfono, seguramente no hay nadie en casa, así que será mejor que aproveche para irme de una vez. No tengo ánimos para lidiar con el mal humor de mi tío ni las quejas de su esposa. Coloco mis lentes oscuros sobre mi rostro antes de subir al coche.

Rachel no me responde aún.

Rachel.

Esa maldita zanahoria no lograba salir de mi cabeza.

Y no entendía el motivo, no es una chica que resalta entre las demás, por el contrario, es bastante común y le gusta pasar desapercibida. Incluso tardé meses en notar su presencia en clases, hasta el día del examen de literatura.

Aquella fue una de las peores semanas de mi vida, pues se conmemoraba otro año de la muerte de mis padres. Cuando tenía ocho años ambos sufrieron un accidente automovilístico del cual ninguno pudo sobrevivir, y desde entonces me vi obligado a vivir con mi tío, quien se ha encargado de pagar por mis cosas, aunque no lo llamaría precisamente una buena convivencia, pues se encarga de culparme de la muerte de mis padres cada oportunidad que tiene.

Mi terapeuta dice que no es cierto, fueron una serie de eventos transcurridos en simultáneo en el peor momento; ese día tuve una pelea en la escuela, no recuerdo el motivo realmente, sólo que llamaron a mis padres, quienes estaban muy ocupados en su trabajo, pero insistí en que vinieran, papá tuvo una semana difícil en su empresa, apenas había dormido, condujo rápido, quizá no estuvo muy atento, y chocó contra un camión. Y eso fue todo.

Si no los hubiese presionado, quizá todavía estuvieran conmigo.

Pero no puedo cambiar el pasado, es la vida que me tocó, y me he acostumbrado a ello. Después de todo no es tan malo, en unos años podré irme de aquí, si es que todavía no he muerto. Pese a tener dinero y comodidades, había algo que no podía tener: metas.

Era incapaz de imaginar mi futuro, de planear lo que haría el próximo año, la próxima semana, incluso el mañana me parece incierto. Soy la definición de un fracasado adinerado, al que todo le daba igual. Ahogado en su propio dolor, pero demasiado orgulloso como para pedir ayuda.

El único que parecía creer en mí era Oscar, mi profesor de literatura, un buen tipo, siempre dispuesto a escuchar y aconsejar, probablemente lo más cercano que tengo a una imagen paterna, él sabía que el día antes del examen fue el aniversario de la muerte de mis padres, y todo lo que aquel acontecimiento traía consigo: una gran pelea con mi tío, muebles rotos, y quizá algunos golpes.

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