Capítulo 18

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William

Por mucho que tratara de no mirarla fijamente, mostrándose como un idiota, resultaba demasiado difícil apartar los ojos de su figura cubierta por el traje de baño. Era un bañador bastante discreto, de una sola pieza y con una pequeña falda en la parte inferior, aun así, mostraba con claridad las curvas que él había explorado brevemente algunas semanas atrás.

Semanas.

Le parecía que fue demasiado tiempo atrás y desde luego que moría por volver a tocarla, pero se obligaba a ser paciente.

―Deberías unirte a mi ―dijo ella, apoyándose en el borde de la piscina. Se concentro en las gotas de agua que mojaban su cara, para evitar mirar más abajo―. Hace un buen tiempo, ¿no crees?

―Si, pero por ahora no tengo ganas ―contestó desde el camastro donde se encontraba tumbado. Aunque, la verdad era que no quería admitir que le resultaba más atractivo admirarla desde su favorecedora posición; además, de que tampoco deseaba sucumbir a ponerle las manos encima. Porque estaba seguro de que no se contendría.

Para esos momentos habría hecho algo más que simplemente tocar, pero Kev era distintas, por muy trillado que le sonara.

Ella hizo un sonido disgustado y pretendió arrojar un poco de agua en su dirección.

―Fuiste tú quien sugirió nadar. ―Su comentario ofendido lo hizo sonreír, cosa que pareció aumentar su protesta.

―Me gusta solo mirar.

Hizo una mueca y se giró, antes de hundirse, nadando lentamente a lo largo del estanque, dándole una perfecta vista.

Él sacudió la cabeza, complacido, disfrutaba no únicamente de la panorámica, también de alterar su temperamento.

Siguió sus movimientos, un par de vueltas, antes de volver hacia la orilla.

―Toma un descanso ―sugirió, dejando de lado por un momento la provocación, notando su agitación―. ¿Quieres algo de tomar?

―Limonada ―respondió, pasando las manos por su cabeza, retirando el exceso de humedad y mostrando un poco de su escote al elevar los brazos―. Por favor.

Fue una acción tan natural, pero él no era un santo. Agradecido por la distracción entró en la casa, buscando alguien que pudiera preparar un par de bebidas. Y poner un poco de distancia.

En su mente, no podía hacerse una idea de cómo resistiría la tentación de tenerla en su cama. Ella había sonado demasiado segura al afirmar que podía querer que pasara algo más, pero en el fondo temía que dar aquel paso hiciera que la atracción y tensión entre los dos terminara explotando como un globo.

Por primera vez quería que aquello se prolongara, le gustaba la dinámica, tener alguien a quien molestar y que fuera capaz de reñirle, sin temer por su posición o callarse sus opiniones.

―En un momento estarán listas ―afirmó el empleado, colocándose detrás del mostrador de la sala principal, tras escuchar su pedido.

―Me alegra que hayas abastecido todo ―comentó apoyándose en el respaldo de uno de los sillones.

―Por supuesto. Oh, cierto. Ahora que lo recuerdo, tengo algunas cosas de su hermano que olvido en su última visita.

No tenía idea de que hubiera estado ahí, suponía que recién regresó para la boda de su prima, eso sí era una sorpresa.

―Puedo dárselas. Vino con Aldo ―adivinó, el par era casi inseparable.

―No ―dijo dudoso, pero su expresión debió hacerle saber que continuara―. Fue con una joven.

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