Kev
Las peleas no eran algo que le gustara a ella, siempre fue de las que prefería hacer la paz, consideraba que era mejor mantener charlas y aclarar las cosas. La única vez que se vio arrastrada fue cuando tenia 12 años y los niños de la clase quisieron cortar el pelo de una de sus compañeras. Hablar con ellos no funcionó, así que usaron todo a su alcance para no ser intimidadas. Todos terminaron castigados ese día, pero ellas, siendo chicas consiguieron dejarlos con ojos morados y cabellos alborotados. Su madre había estado muy molesta, hablando sobre el hecho de que las niñas no hacían ese tipo de cosas.
En su corta edad, ese incidente pareció ser realmente salvaje, pero lo que presenciaba no tenía comparación.
¿Cómo es que las cosas se podían descontrolar tan rápido?
Fueron minutos... no, solo unos segundos en los que las mesas y sillas fueron apartadas, las voces se alzaron convirtiéndose de gritos, mientras los hombres encargados de la seguridad intentaban lidiar con el pequeño grupo que pronto superaron sus números.
¿De donde salieron tantas personas?
Kev no estaba segura, lo único que había intentado hacer, fue sacar del tumulto a Daniel, pero fue demasiado tarde, sus dedos resbalaron de su brazo y pronto se vio siendo desplazada. Empujada por manos y terminando en el suelo del lugar, cerca de la barra.
La música fue silenciada cuando se hizo notable el descontrol, haciendo más visible el estado de animo de los presentes. Pero eso no claramente no funcionó, como tampoco lo hizo la intervención de la seguridad del lugar, así que los encargados parecieron pensar que apagar las luces funcionaria.
No lo hizo.
Y ahí estaba ella, detrás de una de las mesas derribadas, intentando resguardarse de la pelea. Podía escuchar aun cosas rompiéndose, puños impactando y rugidos en respuesta que dejaban en evidencia que a nadie le importaba si estaba enfrentándose a alguien de su mismo grupo.
Algunos haces de luz se dejaban ver, de mano de los hombres encargados de la seguridad, quienes parecían resignados a ser simples espectadores. ¿Realmente no pensaban hacer algo más que mirar?
Su atención se desvió de ellos cuando algo se rompió cerca de donde se encontraba. No podía ver con claridad y había creído que estaba lo suficientemente lejos para no verse arrastrada por la marea de cuerpos.
«¿Qué hago?». La pregunta se repitió una y otra vez en su mente. Había perdido en medio de la revuelva a Daniel, no tenía idea donde estaba, tampoco sus amigos, quienes eran unos desconocidos prácticamente.
De nuevo algo se rompió cerca y el grito fue involuntario. Arrinconada entre una mesa y silla había esquivados los cuerpos y cosas que eran arrojadas, pero por los sonidos se daba cuenta que se movían en su dirección. Salir era lo que debía, algo inteligente, pero sin poder ver era caer en la boca del lobo.
Una mano envolvió su muñeca y otra su cintura, justo cuando un aliento golpeo su oído.
―Sígueme.
Sus piernas se opusieron, pero él no tuvo problemas para incorporarla y moverse a pesar de la poca luz.
Algo pareció golpearlos, pero él lo apartó y continuó moviéndose, llevándola como si fuera una muñeca rota, porque estaba segura de que sus pies se enredaban entre sí.
Decir que lo siguió por voluntad no sería preciso, pero no se opuso cuando tiró de ella, sacándola de caos. Hubo un par de choques y estaba segura de que su salvador respondió con golpes, mientras ella solo contenía el aliento y se aferraba al brazo que rodeaba su cintura. Aquello era una locura, pero en cuestión de minutos estuvo fuera, aunque contrariamente se sintió como una eternidad. No obstante, él no se detuvo una vez que llegaron a la salida, donde algunas personas esperaban y otras curioseaban. Él pasó de ellos, haciéndola andar por el estacionamiento aproximándose a uno de los autos que le pareció familiar.