Capítulo 10

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Kev jadeó, sintiendo su cara arder y una sensación de vacío en la boca del estómago, si sus padres pudieran leer lo que sus ojos acababan de devorar... Abanicándose vigorosamente, dejó el libro sobre el mostrador y reflexionó seriamente si era posible todo aquello que el autor había descrito con demasiados detalles.

¡Demasiados!

Si lo sumabas a su vivida imaginación, tenía sentido el sentirse acalorada.

―¿De dónde sacan ellos estás ideas? ―murmuró para sí misma, preguntándose si cada uno de los autores de temática erótica ponían en practica esas candentes escenas o si todo era producto de su mente.

Pero, aun cuando se tratara únicamente de imaginación, ¿cómo hacían para plasmarlas tan vívidamente? ¿Podían hacerlo sin terminar convertidas en un charco sobre el piso?

Negó.

Su mente rememorando lo ocurrido hacia un par de días en su cocina. Aunque por un instante creyó que William no cumpliría su palabra y llevaría las cosas más allá de los besos, porque el tipo sabia besar y muy bien. Le había costado bastante recuperar un poco de cordura y fingir tener ganas de más vino, poniendo un poco de distancia y de sentido común.

Eso claramente no lo detuvo, y dudaba que algo pudiera contenerlo, su sola presencia resultaba arrolladora, y eso debería hacerla querer kilómetros de distancia o que nunca olvidara estar alerta, pero parecía que ella no estaba pensando realmente. Esa noche, terminó siendo alimentada por él, logrando casi eliminar las golosinas de chantaje que llevó y luego la había asaltado de nuevo en su puerta. Eso no podía contar como un beso, ya que fue casi devorarla.

Se suponía que no le gustaba, mejor dicho, que no debía involucrarse demasiado. Por aquello de los polos opuestos y gustos distintos, pero era una mentira. Él causaba impacto.

Y para su mortificación y nula sorpresa, seguía pensando en él, tanto que se sumió en lecturas nada inocentes, en parte buscando comprobar las cosas que él mencionó sobre el libro raptado. Esa era otra cosa que no conseguía entender, él no era un hombre que pareciera leer ese tipo de cosas, ni siquiera para meterse con ella, pero todo indicaba que no mentía. Realmente leyó ese libro nada inocente.

Llevándose las manos a las mejillas sacudió la cabeza, echando un vistazo al reloj sobre el mueble.

―¡Jesús! ―Se levantó de un salto, notando lo tarde que era. Por fortuna, el letrero de "cerrado", llevaba un tiempo colocado sobre la puerta, pero ella tenía que marcharse, antes de que las calles de volvieran un poco peligrosas.

«Tonta». A veces olvidaba que no estaba en el mejor vecindario y no era bueno tentar la suerte.

Tomando sus cosas, dio un rápido recorrido, asegurándose de que todo estuviera en su lugar y se dirigió a la puerta, abriéndola, antes de apagar las luces.

―¿No tienes sentido común?

Le fue imposible no saltar y dejar escapar un gritillo, no esperaba escuchar una voz a su espalda, demasiado concentrada en cerrar, pero se sintió aliviada de reconocer su voz.

Las voces roncas y gruñonas eran atractivas siempre que se escucharan a la luz del día o en la intimidad de una habitación, pero no cuando se trataba de una calle vacía y casi oscura, donde bien podías ser asaltada, así que miró con disgusto a William, que ni pareció percatarse de ello.

―Casi muero de un susto ―señaló tirando de la puerta, comprobando que estuviera cerrada correctamente―. "Hola", es lo que dice la gente normal ―murmuró estirándose para bajar la cortina de metal que protegía la entrada. Era un alivio ser lo suficientemente alta para alcanzarla, pero no era tan ligera, sin embargo, fue William quien imitó su maniobra, bajándola sin esfuerzo alguno.

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