Kev
«No debería estar mirando». Aunque el pensamiento cruzó su mente, sus ojos no se apartaron, ni tampoco se cerraron. Lo cierto era que Kev era muy buena para apreciar ciertas cosas y una de ellas, definitivamente incluía el cuerpo de un hombre. William Meller podía no tener el mejor genio o modales, pero si tenía un buen cuerpo, luciendo una larga espalda, amplios hombros y un trasero abultado que la toalla posiblemente favorecía demasiado.
Abanicándose el rostro, tras verlo cerrar la puerta, se acercó a donde se encontraban sus cosas, dispuesta a distraer a su mente. Con todo lo sucedido la noche anterior, realmente no echó sus cosas de menos, era una sorpresa que él si lo hubiera hecho, tanto que las recuperó. Suspiró aliviada al comprobar que todo lo que había llevado la noche anterior estaba dentro de la bolsa y parecía encontrarse bien. Ella casi juró que terminaron debajo de los pies de aquellos hombres que solo parecían pensar en golpearse. Hizo una mueca al notar que la batería de su móvil era inexistente, cuando trató de encenderlo, y no puesto que no era de las que acostumbraba llevar el cargador tendría que esperar a su piso.
―Al menos no tengo que cambiar de numero ―murmuró para sí misma, ya que perder un móvil no era algo desconocido para ella y tampoco era algo que resultara una cosa sencilla desde su punto de vista. En la última ocasión, perdió casi todos sus contactos, algunos nunca se recuperaron.
Tendría que darle las gracias por su bolso. Y no solo eso, por rescatarla, ya que ni siquiera recordaba si lo había hecho la noche anterior.
Mirando la puerta aun cerrada del dormitorio, se dio una mirada un poco critica, reflexionando sobre su aspecto. No podía cambiarse de ropa, aunque él le hubiera ofrecido tomar un baño, pero al menos deseaba lavarse el rostro y arreglar un poco su pelo. Optando por ello, entró apresuradamente al aseo antes de que él volviera, dentro del cual aún había rastros del baño tibio que William seguramente disfrutó. Se sintió celosa, pero apenas lo conocía, no estaba muy segura de querer desnudarse con él encontrándose detrás de una puerta, aunque eso contradecía su forma de actuar la noche anterior. Ya que al final se quedó profundamente dormida, tanto, que ni siquiera recordaba haber llegado al hotel y menos a la habitación.
―Solo yo puedo ser tan confiada ―se prendió. Sin embargo, había algo en ese modo tan directo y tosco que la hacía confiar. Al menos confiaba en que ella no era su tipo.
Cosa que era buena, ¿no?
Mojó su rostro un par de veces, como si buscara deshacerse del pensamiento. Ella no necesitaba en su vida hombres tan complicados como Daniel y William claramente estaba en una categoría más seria que el hermano menor de su mejor amiga.
Él no calificaba ni siquiera para un rapidito, por muy bueno que estuviera. Que lo estaba. Aunque no hubieran cruzados muchas palabras antes de esa noche, ella pensó en todos esos titulares que había visto refiriéndose al mayor de los Meller, también en las charlas de su amiga lo mencionó y no solo eso, en la lealtad que tenía para los Ferrer, pero, sobre todo, en que no era una chica de portada, como las que seguramente les gustaban a los hombres como él. Y en que definitivamente, tampoco entraba en el otro extremo, las chicas de noche que acostumbraba a visitar.
Algunas ocasiones bromeó sobre aprender pole dance y abrir su negocio nocturno, pero era solo eso, una broma.
Mientras alisaba un poco su pelo, escuchó que alguien llamaba a la puerta, así que tomó una toalla y rápidamente se secó los restos de agua de su cara y manos.
Recordando las palabras de William, abrió y recibió al empleado, que no pareció extrañado por verla a ella y quien se despidió muy sonriente.