Cap. 16

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16. Una Hermione curiosa.

Severus Snape odia a Harry Potter.

Es arrogante, un inútil y un mentiroso. Es la viva imagen que su padre... ¿Lo es?

La primera vez que Severus vió a Harry fue el 1 de Septiembre, durante la selección. Podía recordarlo muy bien.

En el momento en que los niños de 11 años entraron por la puerta del gran comedor, siendo guiados por Minerva McGonagall, Severus comenzó a buscar entre ellos una desordenada cabeza con cabellos revoltosos y unos lentes gigantes y redondos. Pero entre todos ellos, no había ni uno que se pareciera a James Potter.

Ya un poco confundido, esperó a que Minerva dijera el nombre de la personita que estaba esperando. Solo que cuando llamó a Potter, un niño extraño salió. Era un poco alto, eso estaba bien, pero su cara no la reconocía. Una nariz bonita, mejillas rojas y lo que parecía que en un futuro sería un fuerte mentón le dió la bienvenida a la curiosidad de Severus. Y luego estaban sus ojos. Esos ojos verdes que aparecían en muchas de sus pesadillas. Salvo que no eran los ojos fríos y muertos de Lily Potter, sino unos ojos curiosos y brillantes de un niño qué dudaba que fuera el hijo de James. El cabello estaba correctamente cortado, la postura con la que caminaba era recta, y su presencia era cálida pero oscura.

Este niño no podría ser Harry Potter.

...¿Podría?

Si se fijaba más detenidamente, podía notar algo de lo que alguna vez fue James Potter, pero parecía solo una sombra que únicamente se visualizaba si entrecerrabas los ojos.

Cuando comenzaba a dudar si verdaderamente el niño que observaba era Harry Potter, el sombrero seleccionador lo mandó a Gryffindor.

Con una mueca, Severus volvió sus ojos hacia su plato vacío.

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Definitivamente no lo pensó bien. O eso creía.

Luego de que Harry lo miró a los ojos, Severus entró en su mente. Debió calmarse un poco, preguntarse si eso era lo correcto. Pero no podía, Severus odiaba a ese niño con todo su ser. Y necesitaba algo para lastimarlo tanto como el se sentía lastimado.

Un torbellino de ideas y recuerdos lo recibió cuando por fin pudo orientarse. Había algo oscuro y aterrador en ese lugar que hacía estremecer al profesor de pociones. Intentó saber que es lo que pensaba el niño, pero ninguno de sus intentos funcionó. Entonces intento agarrar uno de los recuerdos que giraba en torno a él, pero como si fuera un interruptor todo se alejó, y, como enjambre, cada recuerdo comenzó a reunirse frente a él y a cambiar de color.

Severus se quedó quieto, fascinado con el extraño suceso que veía. Y al final, cuando todo el proceso terminó, frente al intruso se mostró un sol abrazador e imponente. Su luz, su calor, su fuerza, todo de él empujaba a Severus para atrás.

Y cuando quiso salir de la mente del niño, del sol salió un rayo dorado y poderoso, impactando entre las sejas del hombre. Lo que ocasionó que olvidara todo lo que vió en ese lugar.

Incluso a la hermosa mujer pelirroja parada sobre un jardín de lirios que se veía más allá del sol.

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Mientras Snape y Harry tenían un enfrentamiento de miradas, todo el salón aprovecho para escapar de ahí, temiendo que la ira del profesor cayera sobre ellos. Incluso los de Slytherin corrieron como si sus vidas dependieran de eso.

Bueno, decir que todo el salón se fue es una declaración incorrecta, ya que una pequeña leona merodeaba por ahí. Aún cuando las posibilidades de que la atraparon eran altísimas.

Pero Hermione Granger era una niña curiosa. Se dio cuenta de ello cuando se quedó tres horas debajo del sillón de su casa para ver a Santa Claus un 24 de diciembre cuando tenía cuatro años (que decepción se llevó al ver a sus padres y no al hombre de la barba blanca). O también cuando se coló al salón de clase luego de que todos sus compañeros se fueran solo para hechar un vistazo a sus calificaciones a la edad de 9 años (suerte que convenció a la profesora de que perdió su cuaderno cuando esta entró de improviso al momento de su retirada).

Y Hermione entendía que era un gran defecto, y sabía que no debía meter su nariz en asuntos que no eran suyos. Pero Merlín lo sabía, ella era incapaz de erradicar este comportamiento.

Con cuidado se asomó al aula de pociones, donde su compañero y profesor seguían en las mismas pocisiones que estaban hace cinco minutos.

Mordiéndose las uñas, temiendo que la atraparan, decidió quedarse para satisfacer su necesidad de saberlo todo.

Cuando estuvo a punto de retirarse, luego de algunos minutos observándolo hacer absutamente nada, fue cuando sucedió.

Una pequeña ventisca azotó el salón, y el profesor Snape salió disparado hasta chocar con la pared de al fondo y caer con un ruido desagradable. No se movía después de eso.

Harry, por otro lado, estaba tratando de recuperar el aliento. Se encontraba arrodillado en el suelo, con la cara roja y presionando con fuerza su cabeza. Claramente este estaba teniendo un dolor increíble de cabeza.

Suerte que Hermione se quedó tan sorprendida que no pudo ni gritar, o haría saber a Harry que ella se encontraba ahí.

Estaba tan petrificada que se quedó incluso mientras Harry acomodaba al profesor en su asiento en el escritorio, como si se hubiera quedado dormido luego de la clase, y limpiaba el salón. Salió corriendo cuando se dio cuenta de que el niño en cualquier momento comenzaría su retirada.

Debía informar sobre este suceso a algún profesor.

Pero mientras corría hacia la oficina de McGonagall se detuvo abruptamente.

Hermione Granger era una niña muy lista cuando a trabajo escolar se refiere... Pero también es muy ambiciosa.

Ella sabía que Harry Potter era, sin lugar a dudas, un buen niño. Era totalmente diferente a cómo lo mostraban en los libros que hablaban sobre sus aventuras. Era amable, tranquilo, inteligente y muy atento.

Pero Hermione siempre fue muy sencible a cuando misterios se trataba. Y sabía, con seguridad, que Harry Potter escondía algo. Algo MUY grande.

Este era un misterio que se moría por resolver. Después de todo, ella ama los enigmas.

Por ahora, dejaría el tema en paz...

Por ahora.

Después de todo, Harry Potter era la única persona en su grado que la impulsa a querer ser mejor. Debe recompensar a su rival con el beneficio de la duda.

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