Kaia
Esa sensación de estar siendo observada desde que salí del departamento, la mantuve hasta llegar a la universidad. Tal vez me estaba volviendo un poco paranoica con lo que había pasado ayer. Pero juraría que me estaban siguiendo. Me tomé mi tiempo en mirar por encima de mi hombro por si notaba algo raro, pero no vi nada que llamara mi atención.
Al final me di por vencida y me dediqué a disfrutar de uno de los mayores placeres de la vida, café y el desayuno hecho por la manos de mi querida Pao.
—Nena uno de estos días acabarán contigo y tu ni te enteraras. Llevo 5 minutos hablándote— la melodiosa voz de mi cocinera favorita me saca de la inminente tragedia de las familias Capuleto y Montesco.
—Hola hermosa. Si perdona, es para un trabajo, ya sabes como es— pongo el libro sobre la mesa y me inclino para robarle un beso que ella no tarda en corresponder.
—¿Donde te habías metido ayer? te estuve llamando y no respondiste ninguno de mis mensajes. Creí que ya me estabas dando calabazas.
—Claro que no. Solo que ayer fue uno de esos días dignos de una tragedia de película. En dos palabras; todo mal.
—¿Tan así cielo? Bueno qué te parece esta noche tu, yo, pizza y pelis. Así me pones al día— se que la estoy retrasando, ya debe volver a la cocina.
—Me parece perfecto— respondo.
—Vale, nos vemos esta noche. Debo volver adentro— me besa una vez más ante de perderse rumbo a la barra dejándome plasmada con el contoneo de su perfecto trasero oculto bajo su ceñido uniforme.
Le doy un sorbo a mi café antes de encender un cigarrillo. Aun no me queda claro que éramos Pao y yo.
Siempre había estado para mi. Nuestras abuelas se habían hecho amigas cuando iban juntas a clases de costura donde en una de las tantas veces que fui a buscarla conocí a Pao. La increíble chica de pelo castaño y de ojos verdes. A mi me gustaba llamarla mi luciérnaga debido a ello. Algo que sin duda alguna adoraba de ella era su rostro bañado de pecas. Me encantaba contarlas, aunque siempre me perdía después de la número 25.
Nos hicimos amigas de inmediato aunque no teníamos absolutamente nada en común, ni siquiera los gustos sobre tío y pues era obvio, a ella le iban las tías.
Siempre habían estado claro sus gustos y a mi nunca me importo. ¿Por qué debería de hacerlo? A fin de cuentas cada quien a lo suyo. Cuando la muerte de mi abuela, fue ella quien me ayudó con la mudanza y a conocer este lado de la ciudad.
Para ese entonces tenía pareja, la cual no me soportaba, y me volvía objetivo de sus arranques de celos. Pao no lo aguantó por mucho tiempo y decidió dejarlo por la paz.
Hasta el día de hoy no le he conocido otra relación, solo sus ligues de tinder en los que a veces coincidíamos en los mismos sitios cuando yo quedaba con los míos.
Nuestra amistad era un poco particular, a veces parecía como que solo éramos amigas y todo quedaba en hermandad, otras como si fuéramos algo más. En algunas fiestas, luego de unas copas y algunos bailes, terminábamos besándonos como locas pero nunca pasaba de allí. De ahí el saludo particular de besarnos como pareja. Al principio se me hacía lindo, ya luego se volvió hábito, y así quedó.
Terminé mi café y mi brownie a las prisas para salir pitando a la universidad, no tenía ganas de llegar tarde por segundo día consecutivo.
Las clases podían llegar a ser un verdadero coñazo a veces. Habían días en los que al parecer, los profesores se ponían de acuerdo para joderte la vida y poner más trabajos de los que un estudiante de derecho y medicina juntos debían hacer. Apostaría por ello.
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Adicción Color Canela
RomancePROTAGONISTA ¿Alguna vez has sentido que un momento de tu vida pasa a cámara lenta? Yo si. Y fue en el momento exacto en que él entró a mi vida en la manera más cliché de las historias románticas, chocamos uno contra el otro. No se que pensaba él...