Así estuve toda la semana. Por más que trataba de hacer el trabajo a la altura, no salía algo decente. No me conformaba con las dos líneas seguidas que lograba hacer muy de vez en cuando.
Para el viernes ya no lo pude soportar; entre la universidad, el tratar de estudiar y las cuatro paredes de mi departamento iba a terminar más loca que Harley Quinn.
Así que llamé a mi tabla de salvación Pao para que no hiciera planes para hoy e irnos al club. Obvio cuando Erika supo lo que haríamos esa noche de viernes se autoinvitó. Por mi no había problemas, cuantas más para la pachanga mejor. Quién sabe y quizás encontraba un buen polvo que me hiciera volver la inspiración.
El Ángel fue nuestra parada; lo normal, música, bebida por doquier, humo, baile y muchos, pero muchos cuerpos sudorosos. Supe que había sido más que aceptado mi vestuario. Mis siempre fieles botas de aguja, un short negro de cuero con botones hasta encima del ombligo y una blusa blanca suelta con tiras finas en los hombros.
Divino para una noche de puro baile y sudor. Yo, a diferencia todo el sexo femenino, no sabía bailar si no era con zapatos altos, no pregunten porqué, pero así era. Qué cosa rara, ¿no?
Como buenas chicas que somos nos fuimos directitas a la barra. Erika como fiel amante de una vida loca, de fiesta en fiesta y de antro en antro conocía a la mayoría, por no decir que a todos los baristas de cada club de la ciudad. Podría jurarlo
Así que al acercarnos a la barra, no tardamos ni dos minutos en tener cada una su bebida en mano y poner rumbo a la pista que nos llamaba a gritos.
Si bien ellas dos no eran amigas íntimas como lo era yo con las dos, se llevaban muy bien, y a menudo hacíamos este tipo de salidas. Por lo que teníamos un espectáculo con el que disfrutábamos en nuestras escapadas, bailábamos juntas y nos restregamos la una con la otra como si pertenecieramos a una especie de triángulo lésbico. A los tíos parecían volverlos locos y nosotras gozábamos de lo lindo con ello.
Igual, cuando se acercaba algún intruso repugnante, teníamos nuestro siempre útil código rojo para salir en ayuda de la que lo necesitaba. Nos hacíamos pasar por su pareja poniéndonos en plan celosas y los tíos salían disparados hacía otra dirección. No fallaba nunca. Esos momentos me hacía sentir la más dichosa del mundo por tener las amigas que tenía, aunque las dos estuviera re locas.
Mientras Erika seducía a su primera víctima de la noche, Pao y yo seguíamos en lo nuestro hasta que un Tsunami con vestido rojo la arranco de mi mano y la llevo a una esquina del local. Como Pao no puso resistencia supuse que estaba bien. Si necesitara ayuda me la hubiera pedido con una sola mirada. Así que decidí no meterme y recorrer el club en busca de entretenimiento.
-¿Buscas algo nena?- la figura de Pablo apareció ante mi. Si bien tuve que fijar la vista porque las luces de colores me dificultaban la visión supe que era él.
Pablo era de familia aristocrática. El niño consentido de la universidad por los cheques que pagaba su familia a esta. El clásico rubio de ojos claros y cuerpo trabajado en el gimnasio por el que muchas dejaban la baba a su paso, pero que eran invisibles para él.
-La verdad si buscaba algo. La pregunta es, ¿qué buscas tú?- así, directa a la yugular y sin anestesia.
-Algo me dice que los dos buscamos lo mismo- acerca su rostro al mío por el que tuvo que agacharse un poco, aun estando en tacones no sobrepasaba su barbilla- pero algo me dice que la niña buena de la clase no se atrevería.
No sé a otra mujer, pero decirme a mi: tu no puedes, o tu no te atreves, es como un detonador a hacer exactamente lo opuesto, multiplicado por 3.
Eso, tú dame cuerda que yo vuelo como papalote.
ESTÁS LEYENDO
Adicción Color Canela
RomancePROTAGONISTA ¿Alguna vez has sentido que un momento de tu vida pasa a cámara lenta? Yo si. Y fue en el momento exacto en que él entró a mi vida en la manera más cliché de las historias románticas, chocamos uno contra el otro. No se que pensaba él...