Capítulo 21

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Kaia

Me voy a trabajar como un zombie. Por mas base y corrector que me pusiera no podía esconder mis ojos hinchados y las ojeras que tenía. Salgo de la casa de mi amiga después de asaltarle su armario porque no era lo ideal ir dos días seguidos con la misma ropa. No salí de mi cubículo en todo el día, solo miré como el reloj marcaba los segundos y como ese dolor en el pecho que no se iba.

¿Por qué no podemos tener un botón para dejar de sentir? ¿Por qué nos empeñamos en sufrir de una manera tan masoquista?

Somos tan estúpidos que aun sabiendo que algo nos lastima seguimos empeñados en seguir ahí.

Pasé el resto de las horas en el trabajo con una idea latente en la cabeza, era más que evidente que ya se había hartado de mí, tal vez hasta ya tenía otra.

La solo idea de imaginarlo con otra me quemaba como si estuviera dentro de una hoguera, eso no podía ser. Por fuera parecía que estaba en el limbo, pero por dentro solo derramaba lágrima tras lágrima, armando todo un río a mis pies. No lo soportaba más y busqué su ubicación en mi móvil.

Y si, le había puesto un localizador. Se lo disparatado que podía sonar eso, pero solo planeaba usarlo en caso de una emergencia y desde mi perspectiva esta era una. Debía tener respuestas, esto no podía acabar. Me negaba a perder el amor cuando recién lo sentía por primera vez.

Por lo que cuando vi que estaba cerca de mi departamento algo dentro de mí se llenó de ilusión con la idea de que iba a buscarme para arreglar las cosas. Solo faltaban 15 minutos para mi salida así que recogí todo y salí como alma que lleva el diablo por la puerta.

Correría a sus brazos cuando lo tuviera en frente, le pediría perdón y cogeríamos como sino hubiera pasado nada.

Me detengo de pronto cuando lo veo cruzar la calle en compañía. Aquello hizo que creciera la desconfianza. Lo persigo a lo largo de la calle a una distancia moderada para que note mi presencia. Sabía que algo pasaba, pero darme de hostias con esta realidad era muy doloroso, seguramente este es el motivo por el que em pidió que me fuera.

Ahí, junto a él, estaba esa tal Catalina que no me acababa de dar buena espina. Odiaba a esa mujer como no podía explicar, sobre todo porque era más que obvio que para ella nunca fue solo sexo, pero él, hombre al fin, no lo quería ver.

La odie desde el momento uno en que Aaron nos presentó y que supe su historia juntos. Suena infantil, lo sé, pero el solo hecho de saberla aún enamorada de él y que en cualquier momento podrían revivir los viejos tiempos me comía las entrañas cada vez que se iba a trabajar.

Y ahí estaban, en una cafetería, corrección, nuestra cafetería. Donde toda esta locura comenzó y la que fue testigo del nacimiento de nuestra historia.

Yo estaba que hervía de rabia y él, ajeno a todo mi torbellino, estaba como si nada. Me quedo espiándolos por la ventana, tratando en vano de escuchar lo que hablaban, mientras siento como una lágrima de enojo recorre mi mejilla al sentirme usada.

Usada, engañada, traicionada y con mucha bronca dentro. ¿Cómo se atreve a dejarme en medio de la calle un día y estar de brazos con otra al otro?

«Eso sin contar que no hayan dormido juntos anoche» que la vocecita de mi cabeza dijera aquello no ayudo en lo mas minimo a mi inquietud.

Los veo hablando y cómo un momento después se toman de las manos.

Aquello era más de lo que yo podía soportar, así que como un maldito huracán categoría un millón, entré sin importarme una mierda lo que estaba haciendo. Tomo un vaso con sabra dios que cosa de color verde vomito que estaba sobre una mesa y lo vierto completamente encima de aquel hijo de puta.

Adicción Color CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora