Capítulo XX

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SAMANTHA

No soy consciente de lo nerviosa que estoy hasta que el picor en la punta de mi nariz comienza a ser insoportable. Inmediatamente aparto la uña de mi cara he intento respirar hondo y asumir que voy a comer con Aleksei a solas.

Esto es una auténtica locura.

Esta semana trabajando con él mano a mano ya se me estaba haciendo eterna y necesitaba un poco de distancia. Sin embargo, aquí estoy, esperando enfrente del restaurante a que me venga a recoger en mi día libre.

Muy coherente lo mío.

Mantener, prácticamente todo el día, este papel de mujer insensible y borde, desgastaba muchísimo y no me gustaba nada. Pero fue la única manera que encontré para resistir la tentación. Quien me diría a mí, que incluso necesitaría rezar mentalmente cuatro Ave Marías seguidas (y de manera voluntaria) para superar los momentos de cercanía, cuando visualizábamos algún video en YouTube o cuando teníamos videollamadas con Charly.

Maldita manía de no saber decir NO. ¿Por qué me complico tanto la vida? No debería ser tan complicado negarse. Era mi maldito día libre y no quería trabajar. Estaba en mi derecho, ¿no?

Pero me convenció cuando insinuó que invitaría también a João. Me sentí obligada a aceptar su invitación. Por más que me costara, prefería ir a solas con Aleksei, a que se enterara de que yo ya no estaba saliendo con el portugués. Portugués que, por cierto, no podía estar decepcionándome más como persona. Se está comportando como un crío. Deambula enfurruñado por el restaurante como un niño rabioso. No me habla, ni siquiera para consultarme cosas del trabajo. Si tiene alguna duda se lo pregunta a cualquier otro, con tal de no cruzar palabra conmigo. Si sigue así, Aleksei se acabará enterando de que algo no va bien, porque sus miradas son de desprecio absoluto.

Cinco minutos antes de la hora acordada, para frente ante mí un Mercedes clase A de color... ¿rosa? La ventanilla se baja, e inclinado sobre el asiento del copiloto, aparece un sonrojado Aleksei que me hace señas para que me suba. Sujeto el bajo de mi vestido para sentarme en el asiento y hablo entre risas nada más entrar.

—Me encanta tu coche. Es muy tú.

—Vaya, qué graciosilla. Hoy nos hemos levantado de buen humor, qué raro—murmura arrancando y mirando por el retrovisor para incorporarse al tráfico.

Aprovechando que está concentrado en la carretera le observo detenidamente. Ver a un tío conducir siempre me ha parecido de lo más sexi, pero en es que ver a Aleksei siempre me ha vuelto loca. Maneja el volante con la mano izquierda y la derecha va posada sobre el cambio de marchas. Recuerdo que cuando ya estábamos juntos, esa mano derecha siempre se posaba sobre mi rodilla hasta que llegábamos A la Rivé. El color de su pelo está algo más oscuro de lo normal porque aún lo tiene mojado y también parece recién afeitado. Huele a su aftershave. El coche entero huele a él, es el mismo olor de siempre y aunque estos días en el restaurante ya lo había detectado en más de una ocasión, el estar en una estancia cerrada hace que el aroma se filtre en mí llenándome de recuerdos. De preciosos recuerdos.

Bajo mi ventanilla para que entre el aire y me ayude a desalojar todos esos pensamientos de mi cabeza.

Al parar en un semáforo en rojo una pareja del coche de mi derecha se queda mirándonos, alucinando. Y la verdad, no me extraña. El tono de rosa de este coche es casi fosforito, y era inevitable no llamar la atención. Aleksei murmura casi sin mover sus labios y me ruega que suba mi ventanilla, creo que está pasando un poco de vergüenza.

—¿Por qué has traído este coche?

— Porque era el coche de Caty o el de mi suegro. Y la verdad, prefiero no pedir favores a ese señor.

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