Capítulo XIX

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ALEKSEI

­—¿En el aeropuerto?

—Sí, me ha dicho Charly que los jueves tienen el menú degustación completo y he pensado en aprovechar que mañana tenemos el día libre.

Era una excusa penosa pero no se me había ocurrido otra cosa que decirle que había un restaurante buenísimo en el aeropuerto de Portela. Con qué otra excusa querría venir conmigo al aeropuerto en su único día libre de la semana.

—Eh....

Samantha rascaba la punta de su nariz dejándome meridianamente claro que mi propuesta le había puesto nerviosa.

—¿Tenías planes? —pregunté con temor.

Torpe de mí, no había pensado que probablemente habría quedado con su novio para pasar el único día libre que tenían ambos a la semana. Aunque, sinceramente, en mi vida había visto a una pareja más rara que esa. Por más que les observaba en el restaurante no veía nada. Na-da.
No hablaban entre ellos, ni de trabajo y mucho menos de nada personal, ni se cruzaban miradas y, de hecho, las pocas miradas que se cruzaban me atreverían a decir que eran frías. Yo estuve más de un año compartiendo piso, trabajo...compartiendo mi vida con ella, porque, literalmente, nos pasábamos juntos las veinticuatro horas del día, y estoy seguro de que nunca nos miramos así. Aun antes de estar con ella, Samantha siempre me inspiró ternura y un gran instinto de protección. Pero debía dejar de pensar así. Eso a mí ya no debería de importarme, ella había elegido libremente y le había elegido a él. Aunque doliera, y mucho, yo debía centrarme de una vez en mi novia, y sobre todo en superar a Samantha.

Al ver que dudaba en decidirse, arrugué la mirada en su dirección. ¿Quizá el problema era que no se quería quedar a solas conmigo? ¿A ese punto habíamos llegado? Aunque no me apetecía nada lo que le iba a proponer en ese momento, lo último que yo quería era hacerla sentir incómoda. Y lo que estaba claro era que ella tenía que venir sí o sí.

— Si prefieres puedo decírselo a Caterina y vamos los cua...

—NO—me interrumpió con nerviosismo—Está bien, iré contigo.

Apresurada giró dándome la espalda y recogió la chaquetilla que había dejado sobre el banco de madera.

Me quedé quieto a su lado. La conocía demasiado y sabía que me estaba ocultando algo. Aunque había cambiado, o más bien, había aprendido a disimular mejor, cuando se quitaba la coraza, Samantha era transparente para mí. Y no sé en qué momento, no sé qué había pasado entre nosotros, pero sentía que habíamos perdido toda la confianza que algún día hubo entre nosotros. Desconocía el motivo, y no me atrevía a preguntarla qué era lo que la ocurría. Tal vez fuese porque tenía miedo a su reacción, miedo a alejarla aún más de mí si metía la pata con alguna pregunta que la incomodara.

Después de guardar sus pertenencias en una pequeña mochila, Samantha volvió a girar sobre mí misma y se sorprendió al verme aún allí. Nuestras miradas coincidieron. Tras casi una semana trabajando juntos, sentía que esta era la primera vez que ambos nos mirábamos a los ojos con sinceridad. Sus preciosos ojos verde grisáceos me miraban con una mezcla de pena y...
Aparto la vista de mí.
Había algo más, pero no era capaz de descifrarlo. Era como si quisiera decirme algo, pero una extraña fuerza le impidiese hacerlo.

—¿A qué hora quedamos? —preguntó por fin rompiendo aquel momento.

—¿Te paso a buscar a las doce por tu casa?

—¿Por mi casa? No, gracias —soltó con sorna volviendo a su misma tónica desagradable de estos últimos días. La coraza volvió a interponerse entre nosotros — Quedamos mejor en la puerta del restaurante a las doce.

Y así, sin más, cerró la puerta de los vestuarios y se fue.

—Creo que si me descuido será mi madre la que se case contigo—dice Caterina en cuanto entramos a su apartamento.

En realidad, es una pequeña construcción que le regaló su padre al cumplir los dieciocho años. Según ella fue una forma de retenerla cerca de ellos aportándola algo de independencia. Aunque yo no me sentiría muy independiente en una casa que se encuentra a escasos metros de la mansión de tus padres. Una casa dentro de la misma finca familiar. Tenía una sola planta y constaba de un salón con cocina americana y una habitación principal, con un baño.

—Sí, si a tu madre le caigo bien, pero a tu padre...

—No seas tonto —dice desabrochándose la blusa y acercándose a mí de manera coqueta—Ya sabes que soy el ojito derecho de mi papi y que según él no hay nadie suficientemente bueno para su hijita, pero le caes bien.

Juguetona comienza a bajar la cremallera de su falda de tubo dejándola caer al suelo, y quedándose frente a mí en ropa interior.

—Caty, estoy cansado—me excuso separándome de ella y sentándome en el borde de la cama para descalzarme.

—Tú no hagas nada. Déjame a mí —susurra acercándose de manera sensual.

Es una mujer preciosa. Su pelo negro azabache forma hondas hasta llegar a la altura de su ombligo y cuando se desabrocha el sujetador y me muestra esos dos perfectos pechos de pezones marrones, me quedo bloqueado sin encontrar ningún argumento que pueda frenar esta situación. Llevo poniéndole excusas desde que llegamos a Portugal. Desde que me reencontré con ELLA. En más de una ocasión Caterina se ha enfadado conmigo porque no comprende mi falta de apetito sexual o mis vagas excusas. Pero en este momento yo ya sé que no tengo ninguna posibilidad de recuperar a Samy. Llevábamos una semana trabajando juntos y solo recibo desplantes y malas contestaciones por su parte. Joder, si hasta me había dicho claramente que está enamorada de otro. ¿Qué más necesitaba escuchar para dejarla ir?

Tenía que hacer lo que ella misma me pidió en la playa, tengo que superarla. Y para hacerlo, sólo tenía que concentrarme al cien por cien en mi relación con Caterina. La portuguesa no se merecía que me pasase la vida pensando en otra mujer, ella me ayudó cuando más hundido estaba y me hizo recuperar un poco la ilusión. Al menos en estos últimos meses ya no pensaba las veinticuatro horas en Samantha.

—Umm —jadea envolviendo su mano alrededor de mi polla—Te había echado mucho de menos.
Cuando el calor de su boca me cubre por completo, me dejo caer de espaldas sobre la cama y no puedo hacer otra cosa que disfrutar y dejarme llevar.

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Cuánto me alegra haber recuperado el ritmo de publicaciones.
Quiero que comprendáis que no es nada fácil para mí encontrar un hueco para escribir entre casa, limpiezas, niños, coles y trabajo. Pero mi intención es no perder este ritmo porque al fin y al cabo, esto lo hago porque me encanta. Y es mi forma de evadirme de la rutina.

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