Capítulo XXXVII

270 45 5
                                    

SAMANTHA

—¿Es usted familiar de Aleksei Patchencov?

Dudé un instante, pero respondí afirmativamente enseguida.

—No le voy a engañar, la situación de Aleksei es crítica.

Mi respiración se cortó en el acto. Sabía que estaba mal, pero ¿crítica? Cuando un médico te dice que la situación es crítica es muy mala señal, ¿no? Tampoco había estado en ninguna situación similar en mi vida, pero aquella palabra y el rictus de aquel hombre de pelo blanco, no me transmitía ninguna tranquilidad.

No sé ni cómo había llegado hasta allí tan rápido. Cuando miré por la mirilla de mi puerta y vi su rostro grisáceo supe que algo iba mal, pero no fui lo suficientemente rápida para abrir a tiempo y evitar que se desplomara en el suelo. Grité su nombre y pedí ayuda a gritos. El destino quiso que en ese preciso momento una vecina estuviese entrando en su casa y subiera a ayudarme. Mientras ella llamaba a la ambulancia, Aleksei estaba inerte ante mis ojos. La imagen era dantesca, propia de la mejor de mis pesadillas. Grandes lagrimones salían de mis ojos y caían al suelo en el que estaba arrodillada. Revisé su cabeza y no tenía nada, ningún golpe, creo que al estar apoyado en la pared fue resbalando hasta caer a un lado y por eso no había ningún golpe en su cráneo.

—¿Señorita, me está entendiendo? —el médico llamó mi atención.

Con vergüenza negué con mi cabeza. Estaba en shock y había desconectado; no había oído nada de lo que me había dicho el doctor.

—Su marido tiene una peritonitis severa y mis compañeros están preparando el quirófano, ya que tenemos que intervenirle de manera urgente. El apéndice se le ha perforado y debemos operar antes de que la infección se extienda.

Asentí intentando procesar todo lo que el médico me acababa de decir y vi como se alejaba y entraba en la zona de acceso restringido.
Una enfermera, de muy malos modos, me regañó por estar parada en medio del pasillo (puede que me hubiera quedado bloqueada durante más minutos de los necesarios) y sin mirarla ni contestar, giré sobre mis talones y salí a la calle.

Había dejado de llover, pero el viento era más intenso que antes. Miré hacia el cielo y observé como las nubes corrían veloces. A medida que alejaba la vista recorriendo el firmamento, las nubes iban desapareciendo gradualmente y el cielo anunciaba que enseguida cambiaría su vestido gris por otro de un tono algo más azulado.
La tormenta exterior ya había pasado, sin embargo, la que tenía en mi interior había empeorado notablemente. La aparición de mis padres me había dolido pero la situación de Aleksei me había roto por completo.

Salí corriendo del restaurante con la idea de llegar a mi casa, hacer una maleta y huir. No quería seguir ni un segundo más en aquella ciudad, necesitaba distanciarme del lugar en el que había vivido la situación más incómoda y dolorosa de mi vida. La más dolorosa de todas sin duda, y eso que yo he vivido unas cuantas.
Que después de tanto tiempo mis padres hubiesen aparecido en mi vida quizá debería de haber sido un momento alegre.
Raro, pero alegre.
Sin embargo, me dolía. Era casi un dolor físico que presionaba mi pecho y me impedía respirar con normalidad. Ahora todo el peso de lo sucedido había recaído a mis espaldas. Hasta este momento, yo no había tenido ninguna opción ni capacidad para cambiar mi pasado. Mis padres me abandonaron cuando yo tenía 7 años, y punto. No dependía de mí lo sucedido, no podía cambiar nada del pasado. Pero ahora había sido yo la que había huido de ellos, la que no les había querido escuchar. Esta vez, veinte años después, era yo la que había puesto distancia entre nosotros intencionadamente. Y aunque sentía ese peso sobre los hombros, también sentía que lo único que aliviaría ese peso era irme de Lisboa. Esta sería una ciudad más que tachar de mi lista de ciudades a las que no volver jamás.

Chef en Lisboa ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora