Capítulo XXIX

287 45 12
                                    

ALEKSEI

Vladimir es bueno.

Mi hermano es generoso, desprendido, amable, agradable, cariñoso y se quedaría sin riñones si yo se lo pidiese, y pulmones porque solo tiene uno, sino también me lo daría. Pero es enormemente torpe. Habla sin pensar, las palabras salen de su boca sin pasar antes por ningún tipo de filtro. No piensa en lo que va a decir antes de hablar o las consecuencias que eso vaya a traer. Y eso es justamente lo que desató el caos en aquella cena. La cena, que al igual que en Juego de Tronos denominaron la "Boda Roja", nosotros llamamos a partir de entonces la "Cena de los platos voladores".

Pero mejor, empecemos por el principio.

Cuando llegamos a la casa de los padres de mi novia nos dirigimos directamente al edificio principal. Mi suegro nos recibió con su semblante recio característico, no obstante, con educación saludó estrechando la mano de mi hermano y de Josh. Tenía clara la ideología cerrada y arcaica del padre de Caterina, pero cuando a espaldas de mis familiares arrugó la nariz pensando que nadie lo miraba, no me dejó ninguna duda de que a él esta cena no le hacía ninguna gracia. Y ya éramos dos, aún no había comenzado la velada y yo ya estaba deseando que acabase.

Escuché como mi suegra daba cuatro o cinco instrucciones seguidas a la chica que estaba poniendo la mesa antes de acercarse a saludarnos. Iba repeinada con un moño alto a lo Rottenmeier, que la venía al pelo, nunca mejor dicho.

—Vaya horitas—fue lo primero que dijo mientras daba golpecitos a la esfera de su caro reloj—Qué alegría conocerte Gladimis—cambiando instantáneamente su tono y su rostro se acercó a mi hermano con exagerada alegría y se dieron dos besos.

—Mi nombre es Vladimir. Muchas gracias por la invitación.

-No tienes porqué dar las gracias—respondió ella, obviando su error con el nombre de mi hermano, mientras se acercaba a Josh para presentarse—Tu eres su amigo, ¿verdad?

—No, soy su novio—contestó tajante el grandullón de barba larga provocando que mi suegro tosiera con incomodidad desde el otro lado del salón.

—Claro, claro—respondió ella algo incómoda y alejándose de él con cara de pito—Aleksei, por favor, ve a cambiarte que me llega el olor a fritanga hasta aquí. Y dile a Caterina que se venga ya.

Mi suegra me miraba como si hubiese olido un pedo mientras yo me mordía la lengua para no contestar a su desafortunado comentario. Por suerte o por desgracia la educación que me habían dado mis padres me impedía contestar a las personas mayores. ¿Qué sabría ella cómo huele mi restaurante, si nunca habían venido? El caso era tocar los cojones.

Mis suegros siempre se habían portado bien conmigo y a mí me caían bien, por eso accedí a alojarme en su casa y no en un hotel. Por eso y porque como no iba a ser mucho tiempo y su hija gozaba de cierta intimidad e independencia, entendí que a mi novia le hacía ilusión pasar tiempo con los suyos. Además, yo estaría volcado en arrancar el restaurante y pasaría muchas horas fuera. Sin embargo, estas semanas de convivencia nos estaban pasando factura a ambas partes.

—Ahora vengo, ¿vale? —dije dirigiéndome a mi hermano. No me hacía ninguna gracia dejarles allí solos con esos dos trogloditas que se creían superiores a ellos, solo por acostarse con personas del sexo opuesto, pero lo cierto era que me apetecía cambiarme de ropa y darme una ducha rápida antes de cenar.

—No te preocupes, tú cámbiate tranquilo.

Entré en el apartamento de la portuguesa y la música de Maroon 5 sonaba en el reproductor del saloncito.

—Aleksito, ¿eres tú?

Rodé los ojos por escucharla llamarme así, pero tras respirar hondo entré en la habitación. Estaba delante de su tocador con todo el despliegue de maquillaje que siempre la acompañaban allá a donde iba. Me miró con una sonrisa fugaz, parecía que se le había pasado el enfado de antes, cuando se marchó del restaurante como una furia.

Chef en Lisboa ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora