Capítulo XL

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ALEKSEI

Nada volvió a ser lo mismo desde que el doctor entró en mi habitación y pilló a Samantha con su mano bajo las sábanas. A pesar de estar hablándome de resultados, pruebas y cosas serias, su cara en ningún momento abandonó esa sonrisita pícara de medio lado.
Por suerte, la incomodidad sólo duró tres días más antes de que me dieran el alta. Lo peor fue que como era de esperar no conseguí convencer a Samy para que se volviera a acercar a mi cama más de lo estrictamente necesario.
Fue igual de complicado convencer a mi madre y a mi hermano para que no vinieran a Lisboa. Con buen criterio, Samantha no les contó lo sucedido hasta que no estuve fuera de peligro, y finalmente se tranquilizaron gracias a las decenas de videollamadas diarias que me hicieron. Mi madre me confesó que, si no hubiese estado Samantha cuidándome, no me hubiese librado de ella. Esa era su forma de decirme que se alegraba de que lo mío con Caterina hubiese acabado y de paso, dar el visto bueno a mi relación con Samy. Ella sabía lo mucho que había sufrido en el pasado por la pelirroja, y supongo que, a pesar de estar aún algo convaleciente por la grave peritonitis, se me notaba en la cara lo feliz que era por tenerla por fin a mi lado.

—He dicho que NO, pesado. Que te vienes a mi casa y punto—dijo recogiendo la bolsa de plástico que nos habían dado con la ropa que llevaba cuando entré aquí.

—Samy, sé lo importante que es para ti tu espacio, y de verdad, que me puedo quedar en el hotel.

—Que no, y no se hable más.

Cuando Samantha se ponía cabezona era absurdo intentar convencerla de lo contrario. Claro que quería irme con ella y no separarme de su lado un segundo, pero no quería forzar la situación y que me llevara a su casa porque se sintiera obligada a ejercer de enfermera conmigo.
Aunque estaba recuperado y me habían dado el alta, aún tenía que hacerme curas a la cicatriz de la operación. Hoy en día en una apendicitis normal no es necesario abrir a la antigua usanza, pero debido a la gravedad con la que llegué al hospital tuvieron que abrir más de lo normal y tengo una cicatriz muy maja.

Entrar en aquel portal me electrizó el vello de la nuca, recordé perfectamente la horrible sensación que sentí aquel día cuando desesperado subí las escaleras apartando de mi mente la posibilidad de que hubiese huido de nuevo de mí. En cambio, ahora subía tranquilo en el ascensor y con ella acurrucada en mi pecho.

—Teníamos que haber pasado por el restaurante.

—Olvídate del restaurante. He estado esta mañana y Joao lo tiene todo controlado. Además, Estela me ha dicho que Alfonso está super entregado y ha tomado el mando de la cocina.

—No me sorprende—murmuro entre dientes—Lo estaba deseando desde hace tiempo.

—Eso sí es verdad. Pero a mí me da igual porque no pienso volver.

—Tenemos que hablar de eso, Samy. De eso y de...

—Ya, pero ahora no—me interrumpió tajante y escapándose una vez más de la conversación— Ya hemos llegado.

Suspiré sonoramente mientras ella abría la puerta del ascensor, y nuevamente cedí a que se saliera con la suya. Sabía que ella necesitaba su ritmo para asimilar la reaparición de sus padres, pero también la conocía y me constaba que si no la presionaba un poco dejaría apartado ese problema hasta que le explotara en la cara.

Entrar en esa casa, fue como volver a entrar dentro de ella. Esa pequeña pero acogedora estancia me recordó a la habitación que tenía en mi casa de Paris. Paredes blancas, muebles de madera clara y luz, era enormemente luminoso a pesar de estar bien avanzada la tarde. A un lado de un gran ventanal, una enorme cama de matrimonio con un cabezal de ratán y colcha de color beige. Una estancia con decoración sencilla, pero a la vez preciosa y acogedora, tal y como ella era.

Chef en Lisboa ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora